Una voz influyente

Lala Pasquinelli: “En el único momento en que las mujeres descansan es cuando están solas”

Publicado el 06.03.2024  - 18 minutos
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Foto: Osvaldo Fanton

Por Patricia Mántaras de la Orden
@patimantaras

A fines del año pasado la BBC daba a conocer su lista de las 100 mujeres más inspiradoras e influyentes de 2023 y el nombre de una argentina se colaba entre el de Michelle Obama, Gloria Steinem, Amal Clooney, la actriz América Ferrera y la futbolista ganadora del Balón de Oro Aitana Bonmatí: Lala Pasquinelli.

Esta artista visual, abogada y activista del feminismo argentino tiene bien ganado el derecho a formar parte de la lista. Es la artífice de la cuenta de Instagram Mujeres que no fueron tapa (MQNFT), una plataforma que surgió en 2016 (hoy suma casi medio millón de seguidores) y que se propone cuestionar los mandatos sociales que limitan a las mujeres, poniendo sobre la mesa temas como el amor romántico, la maternidad y la estigmatización de la soltería. A través de campañas como Hermana soltá la panza, la iniciativa busca visibilizar la presión de las mujeres por lograr un cuerpo hegemónico, y la vergüenza de vivir en uno que no se adapta a los cánones de belleza de la época.

MQNFT empezó analizando la manera en que las tapas de revistas mostraban a las mujeres y fue mutando, acompañando estos tiempos cambiantes en que las redes sociales tienen más influencia en la autoestima que las revistas. El proyecto se expandió formando un club, ofreciendo talleres y una tienda virtual. Hoy se sustenta exclusivamente con los aportes de la comunidad, lo que le da a MQNFT independencia y una libertad absoluta en sus discursos.

Después del 10 de diciembre del año pasado, ocho años más tarde de la primera publicación de MQNFT, cuando asumió Javier Milei como presidente de Argentina, el foco de la iniciativa cambió. Tuvo que cambiar. Aparecieron temas más urgentes que abordar, que afectan desde los derechos conquistados por las mujeres (se eliminó el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad y se prohibió el lenguaje inclusivo) hasta las necesidades más básicas (en el primer mes de gobierno la pobreza pasó del 49% al 57%; hoy afecta a 26 millones de personas).

De la situación crítica que atraviesan hoy las mujeres argentinas, del retroceso que ve en las nuevas generaciones en cuanto a lugar de la mujer y de los “millones de obligaciones” que se les han sumado a las madres por las nuevas formas de crianza, conversó vía Zoom Lala Pasquinelli  —en tono visiblemente preocupado— con Galería.

Ha dicho: “El feminismo es mi casa”. ¿Desde cuándo y cómo lo habita?

Formalmente creo que es con la salida a la luz de Mujeres que no fueron tapa. Ahí podríamos situar el inicio de un activismo más público.

¿Cómo empezó el proyecto?

Yo quería hablar de estos temas que tienen que ver con la representación. En ese momento me interesaba la construcción de la feminidad a través de la gráfica y la publicidad de moda; cómo se construía una imagen de lo femenino desvitalizada, despolitizada absolutamente; una imagen débil, frágil. Buscando esas imágenes me encontré con las tapas de las revistas, donde había bastante información para hablar de la construcción de lo femenino. En esa época las tapas de las revistas ocupaban todavía un lugar importante en la construcción de los sentidos, porque esas notas que aparecían en tapa, que eran las notas centrales, después circulaban por todos los programas de televisión, tenían un rebote muy grande y un peso bastante importante. O sea, las mujeres visibles, las reconocidas, las que construían ese ideal, eran las que aparecían ahí. Hoy podrían ser las influencers con millones de seguidores en redes sociales.

Entonces (el proyecto surge) a partir de esas imágenes y de muchas reflexiones que tenían que ver con mi propia vida, con cómo mi propia identidad se había construido en relación con esos ideales, cómo muchas de las decisiones vitales que había tomado y que tomaban muchas mujeres a mi alrededor tenían que ver con esos discursos. Esta idea de que lo que nos hará felices es encajar en un determinado ideal de belleza para tener una pareja heterosexual, para formar una familia, y fin de la historia. Nosotras no crecimos expuestas a un imaginario de mujeres representadas en la cultura masiva que se salieran de esos modelos. Siempre hubo mujeres que estaban dando una batalla en el ámbito político, en el ámbito social, en la ciencia, en el deporte, pero en general ocupaban lugares muy pequeños. Una de las preguntas que creo que inspiró todo el trabajo de MQNFT en esos primeros años era eso de: ¿cómo habría sido mi vida si hubiera crecido mirando y escuchando a estas mujeres que no son las de las tapas de las revistas? Seguramente hubiera tomado otras decisiones.

¿Cómo fue el crecimiento de la cuenta?

Fue superorgánico. Después de 2019 todas las cuentas activistas empezaron a tener un baneo­ (bloqueo) muy importante, y ahí obviamente el crecimiento se detuvo significativamente.

¿Un baneo en qué sentido?

En el sentido de que las redes sociales empezaron a ocultar nuestros contenidos. Los contenidos políticos, los contenidos activistas, sobre todo, los contenidos feministas empezaron a perder visibilidad y eso detuvo el crecimiento de nuestras cuentas. Es una conversación que de hecho hay que dar y que nosotras siempre intentamos abrir, porque es muy importante. En las redes sociales hoy se da también la disputa cultural, entonces que nuestras cuentas estén invisibilizadas y que cuentas de fascistas y ultraderechistas tengan plena visibilidad es algo bastante significativo y muy de esta época.

¿Y ese bloqueo sigue vigente?

Sigue igual.

Mujeres que no fueron tapa tiene 460.000 seguidores en Instagram. ¿Hay hombres en esa comunidad?

Sí, hay un porcentaje mínimo de hombres, que será de un 3% o 4%. Muy mínimo. De todas maneras, Instagram es una red bastante feminizada.

Las revistas fueron el puntapié para la cuenta por cómo retratan a las mujeres. ¿Por qué cree que todavía persiste esa diferenciación en cómo algunos medios eligen mostrar a hombres y a mujeres?

Es que en realidad no hubo cambios sociales profundos reales. El movimiento de mujeres y diversidades en nuestros países y en el mundo ha tensionado discursos, pero no ha transformado los sentidos comunes. Los hemos­ transformado­ para muchas personas, pero eso no ha provocado un cambio cultural de la profundidad que se necesita para que algo de esto cambie radicalmente. Y nosotras claramente no tenemos el poder. Hoy la batalla cultural es contra las grandes usinas de construcción de los sentidos, que siguen estando en manos de los mismos, que son los representantes icónicos del patriarcado: hombres blancos, heterosexuales, adinerados, educados, propietarios de las plataformas de los medios de comunicación. Sabemos que el poder está absolutamente concentrado, hay ocho personas que son las dueñas de más del 50% de la riqueza en el mundo. Son esos grandes centros de poder los que construyen los sentidos y los que además necesitan un sistema donde las personas estemos adormecidas, donde nadie se rebele. Hoy, en el mundo, la clase trabajadora está siendo cercada. Nos están hambreando y seguimos en la más pasiva de las pasividades.

¿Quiénes cree que sean o serán los principales agentes de cambio?

El tema es muy complejo y no es monocausal. Necesitamos un cambio radical del orden social para que algo de esto realmente se modifique. Ayer a la tarde (27 de febrero) en Argentina el gobierno dijo que se va a sacar la perspectiva de género del Estado. Entonces, ni siquiera alcanza con que haya paridad y más mujeres en los espacios, necesitamos perspectiva de género. Necesitamos perspectiva de clase. Necesitamos un montón de cosas porque nuestra lucha es por un mundo en el que quepamos todes, un mundo en el que no haya hambre, un mundo en el que todes podamos educarnos, y la verdad es que por lo menos en nuestro país, eso que hasta hace tres meses era algo que estaba dentro del orden de lo posible, hoy para muchísimas personas es imposible. Porque las mujeres somos las más empobrecidas. En este momento están cerrando universidades y al mismo tiempo hay muchas compañeras que por el aumento (del precio) del transporte no van a poder llevar a sus hijos a la escuela o ellas mismas ir a estudiar. Estamos en un momento de muchísimo repliegue en términos de derechos, aun cuando eso no implique en todos los casos la derogación de las normas que conquistaron esos derechos.

¿Cree que la mirada de las nuevas generaciones ha ido cambiando, evolucionando?

Todo lo contrario, te diría. En este momento estamos asistiendo a algo que es muy significativo, que es cómo estas nuevas generaciones, sobre todo de varones, están muy reactivos, queriendo de alguna manera volver a un pasado utópico, un pasado que nunca existió, porque nosotras nunca fuimos, a lo largo de la historia de las mujeres, mansas ovejas dóciles que no protestábamos y no nos rebelábamos. Siempre nos hemos rebelado, de maneras más sutiles o más manifiestas, así es como hemos conseguido los derechos que tenemos hoy. Pero estos varones jóvenes están teniendo intención de volver a vivir con los beneficios de la gratuidad de nuestro trabajo con que vivían sus abuelos, probablemente, ni siquiera sus padres, y esto se ve muchísimo. Pero también se ve en las mismas mujeres jóvenes un rebrote de cierto antifeminismo, esta idea de que no entienden —quizás mujeres que nacieron en los 2000 o más adelante—, que sienten que ya vivimos en igualdad y que está todo dado y que todos estos discursos son una exageración. Creo que esto después la vida lo acomoda, pero es muy llamativo. En muchos casos se identifica el feminismo como una conversación y no como una práctica y una ética de vida. O sea, yo soy feminista porque hablo de feminismo, pero después en mi casa mi madre es la sierva del hogar y yo me beneficio de ese trabajo gratuito de mi madre. Pero soy feminista. Esas contradicciones también se dan un montón. Acá en Argentina lo venimos viendo, y también tiene que ver con el resultado de las elecciones. A este presidente que tenemos, a este partido de ultraderecha­, también lo votaron personas muy jóvenes. Ahí hay algo que pasó en esta batalla cultural y también en el pendulazo normal de todos los movimientos sociales en la historia. Es un momento muy particular para observar y muy difícil para vivir.

¿Cree que los padres que hoy tienen hijos pequeños los están educando diferente en este sentido?

Justamente estos días estábamos hablando de eso en las redes sociales. Nosotras lo que vemos, sobre todo, es este feminismo más discursivo. Después, en la crianza de los hijos, las madres siguen ocupando el mismo lugar de cuidadoras. Hay un incipiente movimiento muy pequeño de varones que comprenden que es un privilegio que sus hijos sean cuidados y educados, que comprenden que es una forma de abuso usar el trabajo de otra persona de manera gratuita para que sus hijos y sus hijas sean educados por la madre, pero no es algo masivo, ni por casualidad. Hasta que eso no sea masivo no va a haber un cambio cultural, porque todo lo demás son excepciones a las reglas. Hoy el ideal materno está construido no solo en la idea de antes, de lo que eran nuestras madres, sino que a las madres de hoy se les han sumado millones de obligaciones que tienen que ver con estas formas de crianza que se van poniendo de moda: ahora la madre tiene que moler el trigo orgánico con su propias manos y hacerle el pan al niño para que se alimente de una manera. Todas esas son tareas que recaen sobre las madres. Y esto es algo que se prolonga en la crianza. Las madres quedan en un lugar, otra vez, de siervas del hogar, que educan a esos hijos y esas hijas en esa idea, porque lo que aprendemos no es lo que nos dice nuestra madre, es lo que vemos. ¿Y qué estás viendo en tu casa? Que tu mamá es la que va, viene, hace, te lleva al turno del médico. El nene dice agua y la madre sale corriendo y le da agua, los pibes se levantan de la mesa y no levantan los platos, no saben barrer, no saben limpiar la casa. Quizás hace 20 años un niño de siete años sabía poner la ropa en el lavarropas, hoy eso no sucede. Y entonces, ¿cómo aprendemos que ese no es el lugar de las mujeres, que es el lugar de todas las personas? Eso es lo que veo hoy en la educación, que me parece gravísimo. La educación en el feminismo se encarna, no se cuenta.

¿Hay un mensaje reiterado, una inquietud extendida, que la comunidad de MQNFT les haga llegar a través de las redes?

Estamos en un problema, porque todo lo que me preguntás era una cosa hasta el 10 de diciembre, y hoy es absolutamente otra. Hasta el año pasado en el verano podíamos hablar de (la campaña) Hermana soltá la panza. Nuestras campañas en general tienen que ver con los estereotipos y mandatos de género que modelan esta identidad hacia la sumisión. Porque en esta educación que recibimos todos los mensajes que tienen que ver con la belleza son discursos de control sobre los cuerpos de las mujeres, porque nos siembran la vergüenza; es violencia estética. Todos estos son dispositivos cada vez más sutiles. Cuando los vamos desnaturalizando, aparecen nuevos dispositivos de control sobre el cuerpo. También hablamos del amor romántico, que ha sido (un dispositivo de control) desde hace muchísimos siglos, pero ahora tiene nuevas formas. Hablamos sobre la explotación que vivimos en el ámbito doméstico. No ya la explotación de los trabajos, que también se da, pero la explotación en el ámbito doméstico que vivimos las mujeres. Estas últimas semanas estuvimos hablando de cuándo descansan las mujeres. Tenemos una construcción, un discurso, sobre las “vacaciones”, que es un discurso construido desde la masculinidad. Los únicos que la pasan bien en las vacaciones en familia —en general, estoy hablando—, y sobre todo cuando hay hijes, son los varones, porque las mujeres no descansan en esas vacaciones, tienen que producir. Producir el contento de esta gente que se va con ellas, y que además esas vacaciones tengan estos highlights que tienen que tener, porque es el momento de felicidad del año, donde todos lo vamos a pasar mejor. Y la verdad que eso no les pasa a las mujeres: en el único momento en que descansan es cuando están solas, y esa es una realidad, porque vivimos en condiciones de explotación y de servilismo voluntario, porque para eso nos han educado. Entonces, desmontar eso implica identificar un montón de cosas, identificar que eso que llaman amor es trabajo no remunerado, como dice Silvia Federici; que todo esto que nos dijeron que teníamos que hacer como demostración de afecto para que nos quieran y nos traten bien es trabajo, y que ese trabajo alguien lo tiene que pagar. Desmontar eso es un trabajo muy grande, porque está en nuestro ADN ser serviciales, ser amables. Es un trabajo muy artesanal, muy pequeño, porque lleva mucho tiempo revisar nuestras propias prácticas, reconocer la opresión y querer salir de esa opresión, que es un gran camino que hay que recorrer. Nosotras en general hablamos de todos esos temas desde lo cotidiano, porque creemos que la transformación real de nuestras condiciones tiene que ver con la familia, la vida doméstica. Es la gran escuela de la desigualdad de género. Ahí aprendemos que unas sirven y otros son servidos. Si no desarmamos eso todo lo demás queda, como está pasando, en el ámbito de lo formal o de lo discursivo.

Nuestro trabajo se trata de hacer una traducción de los recursos teóricos del feminismo para llevarlo a la vida cotidiana y entender que es algo sistémico.

Hoy lo que nos sucede es que estamos en un momento de supervivencia de nuestra sociedad tan grande que es muy difícil hablar de estos temas, porque parecen menores al lado de lo que está pasando. Todos los días vemos cercados nuestros derechos, vemos cercados nuestros cuerpos por el hambre; hay 50.000 comedores que no reciben comida; millones de niños y niñas que no están pudiendo comer porque al Estado no se le da la gana mandarles la comida. Están cerrando universidades en este mismo momento.

Se prohíbe la perspectiva de género, el lenguaje inclusivo, nos señalan a las feministas como enemigas en un discurso internacional. No podemos pagar los alquileres, el transporte. Nos están llevando a una situación de supervivencia tal que estamos con toda nuestra energía intentando sobrevivir a este arrasamiento. Entonces es muy difícil poder hablar de lo que hablábamos. Y ahí también está el retroceso de nuestra agenda, porque el 8M del año pasado estábamos disfrutando de una agenda pública de cuidados, y hoy estamos hablando del hambre.

El proyecto se ha expandido y hoy tienen un club que funciona con sistema de membresía. También dan charlas, talleres y hasta tienen una tienda. ¿Ven una respuesta de la gente? ¿Una voluntad de invertir en esta iniciativa?

Es una decisión política nuestra sostener nuestro trabajo a través de un financiamiento colectivo atomizado, es decir, una forma de financiamiento que nos permita no quedar cautivas de ningún decisor. Entonces, no recibimos financiamientos de corporaciones y tampoco del Estado, y eso nos permite una libertad de discurso que no nos la daría otra cosa. Tenemos una comunidad de muchísimas mujeres que aportan a nuestro proyecto. Obviamente, no es algo masivo. Todo el tiempo tenemos que estar haciendo un trabajo para reclutar el apoyo de las compañeras, porque no está dentro de nuestra educación la educación política, de sostener proyectos activistas para vivir mejor. Nuestra educación es que nos tenemos que gastar la plata en nuestro aspecto físico, ropa, maquillaje, tratamientos, uñas, cejas, pestañas, y si no, en les hijes; es en lo que gastan las mujeres en general, las que tienen un manguito de más. Y esa educación es imprescindible, son estereotipos que hay que romper que tienen que ver con nuestros consumos y con la dependencia económica en la que somos educadas. Somos educadas en un vínculo con el dinero que es nefasto, donde ganar dinero nos avergüenza, nos da culpa; donde ser ingenuas y de alguna manera exponernos al aprovechamiento es algo en lo que nos educan. La mujer ingenua es muchísimo mejor valorada y ubicada socialmente que la mujer perspicaz, que la mujer autónoma, que la mujer que está dispuesta a leer entre líneas, a identificar las dualidades del mundo. La idea del desinterés en las mujeres es algo que nos inoculan desde el nacimiento, sin ese desinterés no lograrían que trabajáramos gratis en nuestras casas horas y horas sin que ese trabajo sea reconocido como trabajo.

Es muy complejo desmontar todo eso, pero nosotras hemos logrado que sea nuestra comunidad la que sostiene nuestro trabajo y nuestros proyectos. Con muchísimo esfuerzo, pero es algo que nos enorgullece porque es una forma de financiamiento que nos permite una independencia en el discurso que no es común.

Hace poco la incluyeron en la lista de BBC de las 100 mujeres más inspiradoras e influyentes del mundo (en la categoría Cultura y educación) por su lucha contra los estereotipos y mandatos sociales. ¿Qué significó ese reconocimiento? ¿Siente que su voz tiene más peso ahora?

No, la verdad que no. Sí, fue un momento muy lindo porque los reconocimientos no abundan en el feminismo. Siempre son más los palos que recibimos que los reconocimientos. Estuvieron buenísimos los saludos que recibimos, las felicitaciones y la visibilidad. Pero después no es que haya tenido, por lo menos para mí, otros significados. Es que me llega en un momento donde yo ya soy grande. Tengo 48 años y ubico las cosas donde las tengo que ubicar. No siento que mi voz tenga más peso o que lo que yo digo tenga más verdad porque me haya reconocido la BBC, aunque es algo que agradezco y agradezco a las compañeras que me nominaron. Pero en términos de mi propio recorrido de deconstrucción he logrado reconocerme la autoridad que todas debemos reconocernos simplemente por ser quienes somos y porque nuestras ideas son nuestras y valen como las de cualquiera. Eso es un trabajo que ojalá todas pudiéramos hacer.

Siempre están compartiendo fotos y testimonios de mujeres que cuentan cómo la cuenta de MQNFT las ayudó a liberarse de diferentes mandatos o formas de opresión. ¿Qué le genera tener ese efecto en algunas mujeres?

Eso es lo que le da sentido al trabajo que hacemos. Cuando tenemos ganas de largar todo, porque la verdad es que los contextos son difíciles a veces, porque recibimos mucha violencia, son esas historias las que nos hacen seguir haciendo lo que hacemos. Y también ese movimiento de mujeres que nos abraza y nos sostiene.Pero fundamentalmente leer esos testimonios que cuentan cómo estas mujeres, miles, muchos miles, han transformado sus vidas cotidianas, han mejorado sus condiciones de existencia simplemente por leer a otras; porque no solo se comparten los pesares, también se comparten las estrategias de liberación. Eso es muy potente, porque es como nos transformamos. Es lo que ha hecho el feminismo a lo largo de los siglos siempre: nos sentamos, nos contamos lo que nos pasa y vemos cómo podemos transformarlo.

Personajes
2024-03-06T12:00:00

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