Música étnica

Carlos Blanco, etnomusicólogo y multiinstrumentista: “Soy un peregrino que capta la esencia de la cultura”

Radicado en España, el uruguayo ha montado tres museos y estuvo nominado dos veces a los Premios Príncipe de Asturias
Publicado el 17.04.2024  - 15 minutos
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Foto: Mauricio Rodríguez

Carlos Dopico

Carlos Blanco Fadol es un uruguayo, sanducero, radicado hace más de cinco décadas en España, que ha dedicado su vida a ir tras la música étnica. Investigador y multiinstrumentista autodidacta de 78 años, ha ido escribiendo sus memorias y sistematizando sus hallazgos de tal forma que ha publicado 15 libros y montado tres museos con una sorprendente colección de más de 4.000 instrumentos étnicos de todo el mundo. Desde muy joven, luego de quedar huérfano, se embarcó en un viaje por más de 85 países de los cinco continentes, atravesando montañas, valles, selvas y desiertos, hambriento por conocer la cultura sonora de cada rincón. “La intensidad de mis viajes llegó a tener tal magnitud que un día constaté que llevaba puestos calcetines mexicanos, camisa egipcia, pañuelo de Indonesia, pantalones suecos, zapatos españoles y calzoncillos uruguayos”, reflexiona en su libro A orilla del camino.

Su trabajo le ha valido decenas de reconocimientos y distinciones, entre estos dos candidaturas a los Premios Príncipe de Asturias (en 2006 y 2009, antes de que su denominación pasara a ser Premios Princesa de Asturias); sin embargo, sorprende el desconocimiento que de él existe en Uruguay. Lo curioso es que habiendo nacido en un país casi sin instrumentos musicales étnicos sea hoy la persona que ha reunido la mayor colección instrumental en el planeta. Blanco Fadol­ ha sido visitado por figuras como Joan Manuel Serrat, Compay Segundo, Pablo Milanés, Jorge Drexler y Julio Iglesias, así como también la infanta doña Elena de Borbón, la princesa Elisabeth de Bélgica y la premio Nobel de la Paz Rigoberta Menchú.

Carlos Blanco Fadol con los sugali, en India, 1985.

Carlos Blanco Fadol con los sugali, en India, 1985.

La trascendencia de su investigación tiene múltiples implicaciones. Hay cientos de investigadores convencidos de que la música, tanto la ejecución como la confección instrumental, ha sido uno de los comportamientos claves de nuestra especie y una ventaja sobre el neandertal­. Su utilización ha estado estrechamente vinculada a los ritos fúnebres y ceremonias religiosas pero también al divertimento. En el acervo de este riguroso coleccionista aparecen instrumentos muy particulares: cráneos humanos del Tíbet, gigantescas cornamentas vikingas, arpas birmanas semejantes a las del Egipto faraónico, sonajas de gusanos del África, flautas tribales con piedras semipreciosas de América e instrumentos funerarios de Oceanía.

De visita al pueblo yagua, en Perú.

De visita al pueblo yagua, en Perú.

Blanco Fadol estuvo recientemente en Montevideo­, invitado por el Ministerio de Desarrollo­ Social, por su novedosa metodología de aprendizaje musical y elaboración de instrumentos para ciegos, con quienes dio un asombroso concierto luego de un taller de unas seis horas. El recorrido fue acompañado por una productora local que realiza un documental sobre su vida y obra, que lo seguirá hasta su Paysandú natal y también hasta su residencia en Alicante.

Su currículum lo distingue como etnomusicólogo, multiinstrumentista, escritor, poeta, inventor y tantas cosas más, pero él se define tan solo como un caminante: “Soy un peregrino que va por el mundo y capta la esencia de la cultura. He tenido la suerte de alcanzar un desarrollo artístico profundo”.

Con Vicente Ferrer y huérfanos de Anantapur, en India.

Con Vicente Ferrer y huérfanos de Anantapur, en India.

¿Qué fue lo que despertó en usted este viaje infinito tras la senda etnológica de la música y los instrumentos? ¿Dónde empieza todo?

Influyó mucho ser una persona que perdió a su madre de niño. Estábamos muy unidos. Ella tenía unas condiciones artísticas asombrosas. Así que apenas llegué a la mayoría de edad me volqué a viajar por el mundo. Formé un grupo folclórico con tres amigos de Paysandú y empezamos a recorrer América. La verdad es que ni en las más remotas hipótesis pensé en llegar a donde estoy ahora.

¿Aprendió guitarra con su mamá?

No, aprendí con un maestro muy famoso de Paysandú, Alberto Carbone, que fuera también profesor de Aníbal Sampayo. Aprendí a una velocidad increíble, quizá demasiado rápido porque descuidas el proceso natural del ejercicio. Pero cuando quise acordar había recorrido todo el continente americano. Las anécdotas estarán resumidas en mi próximo libro, que se llamará Total, si mañana nos vamos. Tendrá muchas historias duras, que con los años me he atrevido a contar; será terriblemente crudo.

Al llegar a Europa en 1971, me encontré con una España franquista, donde si bien los principios fueron muy duros, empezaba a abrirse una brecha para el folclore latinoamericano. Luego recorrí parte de Asia, toda África y me di cuenta de que somos todos iguales. En el camino perdí toda religión y todo lo que me separaba de otro ser humano.

Con la premio Nobel de la Paz Rigoberta Menchú.

Con la premio Nobel de la Paz Rigoberta Menchú.

El viaje, el estar en movimiento a tracción a sangre por el mundo, hambriento por conocer la cultura sonora en cada continente, le permitió una introspección particular y un relacionamiento con los pueblos originarios. ¿Cuál es para usted uno de los mayores aprendizajes?

Hay distintos aprendizajes… Yo no soy cantautor ni coleccionista, escritor o inventor­, soy un peregrino, un caminante que va por el mundo y capta la esencia de la cultura. He tenido la suerte de alcanzar un desarrollo artístico profundo, y soy un eterno agradecido. 

Viajar por el mundo y coleccionar instrumentos étnicos no parece un negocio muy redituable a primera vista. ¿Cómo ha financiado todas estas expediciones y resguardado su colección? ¿Quiénes son los mecenas?

A pesar de ser muy mal gestor, los caminos me dieron un sexto sentido que me ha permitido captar al ser humano rápidamente y desarrollar un potencial en relaciones públicas. Tengo una gran cantidad de mecenas que hacen posible todo esto, la mayoría son embajadores de distintas partes del mundo. Yo no me humillo ni resalto ante nadie; al que está arriba lo bajo a mi nivel y al de abajo lo subo hasta mi nivel. He aprendido un enorme repertorio musical en muchísimas lenguas y generalmente, tras los saludos, interpreto una canción que atraviesa todas las barreras. Es muy sutil, pero hasta ahora no me ha fallado.

El vector musical tiene una magia propia.

Sí, esa es mi meca, claro.

Junto al músico cubano Compay Segundo.

Junto al músico cubano Compay Segundo.

Según los investigadores, flautas confeccionadas con huesos de aves y marfil de mamut son los de mayor antigüedad, con más de 40.000 años.

Mira, recientemente se encontró uno que data de 45.000 años, hecho con el fémur de un osezno­. Aún no está muy claro, pero sí parece que fue confeccionado por el hombre, una flauta con dos orificios. Claro que hubo otros más antiguos, pero no han sobrevivido al tiempo; la caña, la madera, el cuero no han perdurado. La caracola marina sí lo ha hecho, y debe ser de los instrumentos más antiguos. Está en casi todas las culturas.

¿Cuál es el más añejo en su colección?

Tengo algunos instrumentos del siglo III antes de Cristo. Unos arqueólogos de España me hicieron una donación de nueve instrumentos de los íberos en bronce.

Hay algunos de su acervo que también fueron hechos de huesos humanos, cráneos, fémures. ¿De qué zonas provienen? ¿A qué tipo de ritual cree que responden?

Mi museo es el único en el mundo que tiene una vitrina donde hay exclusivamente instrumentos confeccionados con huesos humanos, de diferentes culturas. No fueron concebidos para divertimento sino para rituales.

Blanco Fadol enseña partitura a los guías de la orquesta Oír y Tocar con Otros Ojos.

Blanco Fadol enseña partitura a los guías de la orquesta Oír y Tocar con Otros Ojos.

Hay una intrínseca relación entre la música y el ritual fúnebre o ceremonial.

Sí, es cierto. Tengo un instrumento del Tíbet, por ejemplo, hecho con la corona craneal de un hombre y una mujer. Según la creencia budista, ambos deben haber muerto por causas no naturales, ya que quienes mueren de forma natural su karma trasciende libremente. Los cráneos están colocados de manera convexa, uno contra el otro, y la lonja es también de piel humana, tensada y adherida con sangre y algún cítrico. Es un tamborcito bicónico con dos canicas sujetas con un hilo que van golpeando a ambos lados. Se llama damaru, pero tiene muchos nombres distintos por el mundo. Tengo otro instrumento sobre un fémur recubierto de plata y piedras semipreciosas, también de Tíbet, que se utilizaba antes de leer los libros sagrados. Del continente americano, tengo una quena andina, que se creó en la leyenda de Manchay Puito, en la que se cuenta que un sacerdote inca, enamorado de una doncella que muere, fabricó una quena con un hueso húmero que extrajo de su amada.

Más allá de reunir un sinfín de piezas de distintas culturas del mundo, su tarea ha sido también de conservación y rescate, de devolver a comunidades originarias riquezas propias que desconocían. ¿Qué casos puede citarme?

Mira, el 70% de los instrumentos de mi colección —que supera los 4.000 instrumentos musicales étnicos, de 150 países de los cinco continentes— está en extinción. La exministra de Cultura­ peruana Susana Baca fue gran promotora de uno de esos hallazgos. En una antigua lámina del siglo XVIII que encontré, el obispo Martínez de Compañón había dibujado una escena de negros tocando un instrumento que nadie conocía. Ese instrumento, también de doble percusión, estaba confeccionado con una enorme calabaza, y una vez que lo recuperamos lo bautizamos como tamboreco. Para mí, es una enorme satisfacción saber que hoy lo tocan todas las agrupaciones de música afroperuana. También he recuperado otro instrumento de la selva amazónica, el ruuhuitú de la etnia de los yaguas y fui a restablecérselo y enseñarles a fabricar.

Jorge Drexler en el Museo Étnico de Música.

Jorge Drexler en el Museo Étnico de Música.

Ha viajado por todo el mundo, más de 85 países a lo largo de los cinco continentes. Le pido una anécdota en la que la música le haya salvado la vida y otra en la que la música casi le haya costado la vida.

Me ha salvado desde el comienzo mismo de este largo viaje, y casi me cuesta la vida en esa expedición que te contaba. Fuimos a la selva peruana a registrar la restitución de un instrumento desaparecido. Creo que es de las pocas veces que se ha ido a la selva a devolver algo, porque siempre se va a expoliar, contaminar o exterminar. Habíamos viajado con un equipo de filmación y aprovechamos a registrar a los madereros mientras hacían una brutal tala y destrozo de árboles gigantescos. Una noche en la que regresábamos por el Amazonas en canoa, sufrimos un atentado. Un barco enorme nos atropelló en el cruce e intentó hundirnos. Por suerte solo resultamos heridos unos pocos. Pero ahí sí que casi nos cuesta la vida. 

El viaje durante tanto tiempo y kilómetros le hizo cruzar múltiples fronteras, y presenciar guerras, pestes o conflictos sociales. ¿Cuál recuerda como una de sus experiencias más extremas?

Viví en Grecia tres años, donde desarrollé un grupo llamado Raza de Cobre y, de hecho, ahí conocí a Mikis Theodorakis y otros músicos famosos. Cruzamos el Líbano en plena guerra civil y fue terrible, estuve tirado en el suelo con dos ametralladoras apuntándome a la cara. Me salvó el pasaporte uruguayo, aún no era español. Quienes me guiaban gritaban en árabe para que me liberaran. Fue un susto terrible.

En la India llegó hasta Anantapur para llevar música a los enfermos de lepra y convivir con ellos. ¿Cómo fue aquella experiencia?

Sí, estuve en la fundación Vicente Ferrer Ayuda en Acción, donde conformamos una orquesta de 200 niños huérfanos de la casta dalit, los más pobres y discriminados de la India. Fuimos a un cañaveral, cosechamos las cañas, hicimos los instrumentos, aprendieron a tocarlos y en tres meses dimos un concierto para el gobernador. Es una zona terriblemente deprimida, con temperaturas de casi 50 °C. En ese lugar, Vicente Ferrer me encomendó ir a un pueblo de leprosos. Yo sabía que, salvo una variante peligrosa, bien alimentado e higienizado no corría riesgos de contagio. Fui con un amigo, Vicente Martínez, y entramos al pueblo. Salvo unos enormes panderos que tocaban en ocasiones, nunca habían escuchado otra música. Iban solamente a llevarles comida y medicina pero nadie había llevado música. Nosotros les llevamos música folclórica latina, con guitarra, charango y quena. Estaban delirando de emoción, nos llevaron en andas por el pueblo hasta un mirador enorme en una colina y hasta hoy conservo la sensación. No sabían cómo agradecernos. Recuerdo que nos agarraban con manos sin dedos, y múltiples deformidades. Estremecedor. 

Junto a Julio Iglesias.

Junto a Julio Iglesias.

En uno de los museos exhibe un muestrario de instrumentos de mendigos itinerantes. ¿Ese es otro costado de su búsqueda étnico­-social?

Es que son un elemento social muy importante. Tengo uno, por ejemplo, de un mendigo de Marruecos. Había confeccionado un violín hermoso con una vieja lata de aceite y un palo de madera. Hay otro de los mendigos japoneses, los komuso, unos monjes que iban pidiendo limosna por los caminos con una cesta en la cabeza y que tenían una doble función porque eran también espías del gobierno. En mis museos, la clasificación es temática: instrumentos musicales de mendigos; instrumentos utilizados en la guerra; instrumentos para inducir a estados de transe, otros para brujería; instrumentos de la esclavitud. Hay también una parte científica en la que clasifico membranófonos, idiófonos, cordófonos y aerófonos, o aquellos provenientes de distintos continentes.

¿Por qué no hay un espacio de exhibición con parte de su acervo en Uruguay, su país?

Mira, hasta tengo los instrumentos de Aníbal Sampayo, por ejemplo, que él me donó. Íbamos a hacer un museo en Paysandú, apoyados por el Centro Internacional de Música de la Unesco, pero falló por cambios políticos. No quiero entrar en temas partidarios, pero hubo elecciones y quienes estaban de un lado no quisieron seguir las obras del otro. Lo curioso es que para el resto del país soy un eterno desconocido. Afuera, cuando me preguntan, yo siempre digo que en mi país me tienen muy presente, porque no creerían si digo la verdad en el asunto. He creado tres museos, con dos candidaturas a los Premios­ Príncipe de Asturias, cantidad de reconocimientos internacionales, más de 2.000 notas periodísticas en 20 lenguas y en mi propio país no se me conoce. Los artistas tenemos un ego que es un motor, pero con los años he reconocido lo inútiles y soberbios que somos. De manera sentimental, sin embargo, me sorprende que me ignoren. Jorge Drexler cuando estuvo en mi museo quedó atónito, y como él: Paco Ibáñez, Joan Manuel Serrat, Pablo Milanés­, Julio­ Iglesias, Compay Segundo.

También ha diseñado y confeccionado más de 80 instrumentos con distintos sistemas sonoros. De hecho, hay invenciones que accionan con alguno de los cuatro elementos: agua, fuego, aire y tierra. ¿Cuándo surge esa idea?

Cuando viví en Valencia, estuve mucho tiempo construyendo un órgano tubular único. Era tanta la pasión que hasta me olvidaba de comer. Pero todo el pueblo colaboraba con pequeños mecenazgos —que son los que más me agradan—, luego de que saliera un artículo en la prensa local sobre un investigador que desarrollaba un invento de forma peregrina y casi en la mendicidad. Ese órgano es uno de mis logros más preciados. Mi colección hoy está avaluada en muchísimo dinero y yo claramente la voy a donar a una fundación que se encargue de mantenerla.

Órgano de bambú.

Órgano de bambú.

Muchos de sus inventos están orientados a personas con capacidades diferentes, y vino a Montevideo a dar un taller de confección y ejecución en el Centro de Rehabilitación Tiburcio Cachón para personas con discapacidad visual.

Sí, en 1996 presenté un proyecto al Premio Rolex de Suiza a la iniciativa. Era un proyecto musical orientado a personas con diferentes tipos de minusvalías, con diseños de instrumentos particulares. No lo gané, pero quedó posicionado en muy buen lugar. Mi inquietud se había disparado cuando en una oportunidad llegué a la casa de un amigo, cuya mamá era ciega. Una noche, llego a su casa y estaba todo apagado, cuando enciendo la luz veo a la señora comiendo sola en la oscuridad. La escena me produjo un impacto tan fuerte que sentí que tenía que hacer algo para esas personas. Hace ya más de 30 años que desarrollo esta técnica, y ya son cuatro países donde lo hago, España, México,  Rumania, ahora se sumó Uruguay, y me han llamado de Chile y Perú. Tengo una fundación que lleva mi nombre y que tiene patronos que gestionan los fondos. Yo hoy estoy jubilado de la dirección de los museos que ocupé durante años. He adaptado un instrumento para personas que no tienen conocimientos musicales y además padecen ceguera. Entrego a cada ciego un instrumento, calibrado con diferentes notas (identificadas por números) y un lazarillo, un guía, por detrás, con su mano apoyada sobre el hombro izquierdo, va siguiendo la partitura que yo señalo en unos cuadrantes. El resultado es para un Guinness de los récords: personas que nunca han tocado un instrumento y son ciegas en seis horas terminan dando un concierto.

Cultura
2024-04-17T10:36:00

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