FRECUENCIA VERSUS CALIDAD

¿Cuánto sexo hay que tener?

El concepto de bienestar sexual propone cultivar la intimidad como un hábito saludable y pone en tela de juicio tendencias como el ayuno
Publicado el 17.01.2024  - 12 minutos
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Por Milene Breito Pistón
@mileneb_

Tiempo libre, mente liberada y noches que acompañan. El verano y las vacaciones, sumados a las facilidades que ya existen a través de las aplicaciones de citas, contribuyen a un incremento de los momentos románticos en esta época del año. Pero la asiduidad de estos encuentros, ya sean casuales o de pareja, no necesariamente aseguran que la vida sexual de una persona esté en su máximo esplendor.

Una sexualidad plena no depende de una intensa actividad sexual sino del bienestar o salud sexual, que abarca aspectos sociales pero también físicos, mentales y espirituales de la persona que terminan contribuyendo a una experiencia sexual completa y satisfactoria.

La médica sexóloga Vivian Dufau, presidenta de la Sociedad Uruguaya de Sexología, explicó a Galería que en el mundo de exitismo en el que se vive —alimentado por mitos y ficciones de todo tipo que nacen de la industria del porno y hasta de las charlas con amigos— se ve el sexo exclusivamente como la cópula (en las afortunadas ocasiones en las que no se lo ve solo como el coito o la penetración). Es la meta, un fin en sí mismo, y así se ignora que cualquier práctica sexual, incluida la masturbación, tiene enormes beneficios sobre las funciones vitales del organismo, desde mejorar el sueño hasta bajar los niveles de cortisol (la hormona del estrés).

Practicar el sexo impulsado también por esto último es concebirlo desde un enfoque de bienestar de la sexualidad (sex wellness) que se traduce en su inclusión a todos los demás aspectos de la vida y viceversa: sexo para estar bien, estar bien para el sexo. “No es solo mantenerme activo o que mi función sexual no esté alterada, sino que mi vida tiene que estar en sintonía para que mi sexualidad sea sana y placentera”.

Para entender esto, Dufau propone pensar en una torta de frutillas con crema. La vida sexual de una persona son esas frutillas rojas, brillosas y dulces. Pero, si la torta sobre la que se encuentran está cruda o quemada y el sabor es horrible o la crema está agria, nadie va a disfrutar de la fruta “por más buena que esté”. Lo mismo pasa si se basa la sexualidad exclusivamente en una vida sexual activa y no en los múltiples factores que hacen humano al ser humano. “Sexualidad es todo lo que somos, hacemos, pensamos, decimos, sentimos. Entonces, si vos querés vivir una sexualidad plena pero la vida que estás llevando a cabo no es buena en ningún otro aspecto —crisis de pareja, patologías, un trabajo horrible, insomnio, autoestima…—, la frutilla no va a estar rica”, señaló.

En este sentido el sex wellness o bienestar sexual cobra cada vez más protagonismo, desplazando viejas creencias y suplantando la cantidad por la calidad. Así, aunque las frutillas no sean las más lindas del mercado, si la torta sobre la que vienen servidas es “una bomba”, está suave, mojada con algún licor y hace agua la boca, las frutillas “van a ir para adentro” chamuscadas o no.

Lo difícil, para Dufau, es apuntar al bienestar por el bienestar en sí. “Es como hacer ejercicio, tiene siempre ese pienso fitness de ir a un gimnasio a meter horas para marcar los músculos cuando en realidad, muchas veces, con 20 minutos de caminata al aire libre es suficiente para lograr el gasto energético que necesitamos para estar saludables. En lo sexual es lo mismo”.

¿Qué pasa con el verano? En el año la falta de encuentros sexuales tiene que ver con una rutina diaria plagada de obligaciones en la que al momento de tener relaciones es inevitable pensar en la alarma del día siguiente. Lo inmediato a este estado de agotamiento previo al encuentro sexual es directamente negarle a este cualquier posibilidad de existencia, aunque la práctica sexual “te hubiera llevado entre 10 y 15 minutos, que igual te los perdés mirando Instagram”, señaló la sexóloga.

Dufau lamenta que tampoco se le dé demasiado vuelo a la imaginación entre “tantas formas de intimidad como personas en el mundo”; mientras, “seguimos educando en que tiene que haber un pene firme para que todos podamos tener placer”.

Con el tradicionalismo como bandera o no, hay que aprovechar el cimbronazo del verano. Las vacaciones son el antídoto contra la astenia sexual que cómodamente se instala en invierno, con el agobio del trabajo y el frío. Este es el término que se utiliza para la falta de energía corporal que muchas veces se confunde con falta de deseo, cuando el cerebro puede disponer de las ganas pero el cuerpo no responder a ellas.

La cuestión es que en verano la astenia parece quedarse sin excusas para justificarse; días más largos que permiten aprovechar el tiempo mejor, temperatura agradable, muchos eventos, planes y salidas que rompen con la rutina, una alimentación más liviana y fresca, ropa ligera. “El verano nos activa”, aseguró Dufau, hasta a las personas team invierno. “Es una cosa primitiva, los seres humanos no dejamos de pertenecer al reino animal y, como todos los animales, la primavera y el verano nos preparan para el celo y la fase de reproducción”, explicó.

Y eso de que el verano es el depredador natural de la astenia también tiene una explicación científica, y no solo una sociocultural, vinculada a las vacaciones: la absorción de vitamina D, la vitamina del sol, la encargada de mantener altos los niveles de energía y pieza clave de la regulación hormonal. “En verano nos exponemos al sol y la vitalidad tiende a subir”, eso se traduce en que al cuerpo “le dé el cuero” para responder de manera positiva al deseo.

Además, la mayor exposición solar y el aumento de energía también se relacionan con la liberación de neurotransmisores que potencian una sensación de bienestar general y antiestrés, como endorfina, dopamina, serotonina y oxitocina, “la primera línea de batalla contra el cortisol”, define Dufau. Cualquiera de estas cuatro sustancias funcionan como neuromoduladores del sistema nervioso que regulan comportamientos sociales, sentimentales y hasta patrones sexuales.

Los días de verano se viven con otro “relax”, por lo que “hay menos prejuicios” y la gente es más lanzada. Esto también se ve fomentado por el consumo de alcohol y otras drogas que aflojan a las personas: “Las emociones y el deseo se cocinan en la corteza prefrontal, el pedazo de cerebro más desarrollado de los humanos, que se activa con el pensamiento y nos diferencia de los animales. Pero a veces necesitaríamos que no se active, que no piense, que nos permita volver a sentir el instinto y nos devuelva a lo rudimentario”, detalló Dufau. Por eso el consumo de sustancias (siempre controlado) puede favorecer el encuentro sexual.

Por último, pero no menos importante, en verano se descansa mejor. “Que mi cerebro se despierte cuando tenga la necesidad de hacerlo porque cuando estoy de licencia no pongo la alarma todos los días tiene una enorme influencia en el desempeño y la buena salud sexual”, agregó la experta.

¿Más es más? La siempre vigente pregunta que abre la puerta a una incómoda batalla de autoestima durante las charlas entre amigos es: ¿cuántas veces a la semana? (para los más favorecidos). Si comer bien es un hábito, tener buen sexo también puede serlo con una frecuencia que no supere los 21 días entre un encuentro íntimo y otro.

No es que haya un estimativo sobre cuántos días es lo máximo recomendable para estar sin sexo, lo que sucede es que ese tiempo es el límite de días dentro de los cuales la repetición de una conducta puede instalarse como hábito.

Pero la asiduidad en los encuentros no solo es algo de cada persona y pareja “a negociar”, sino que, según el psicólogo y sexólogo Andrés Couto, hasta la frecuencia alta puede llegar a convertirse en algo tan monótono y aburrido como la dieta del arroz. “No hay que obligarse a tener sexo, es contraproducente”, señaló, enfocándose en la importancia de la conexión emocional y la comunicación de pareja y no en la actividad sexual a la hora de solucionar los problemas de relación.

Como ya se dijo, la sexualidad es solo una parte del bienestar sexual de las personas, es decir, “una mayor cantidad de sexo no es sinónimo de mejoras en la vida íntima”. Eso dependerá de si se “está alineado“ con la compañía y de si saben desprenderse de “las exigencias del afuera” y de “lo que pensamos que hay que hacer”.

“Hay personas más o menos sexuales”, señaló. “La asexualidad también existe y hay parejas que no tienen intimidad y están muy bien con eso”. Dufau, por su parte, agregó que son las personalidades las que requieren frecuencias o ritmos sexuales más altos o más bajos. Por ejemplo, aquellas que encuentran en el sexo una descarga de energía y que la posterior sensación de placer y calma es lo único que les sirve para “bajar ansiedades” querrán hacerlo más seguido que las que consiguen dormir plácidamente sin sexo. Y si bien existen “hipersexualidades que no son sanas”, no hay un buen o mal promedio de veces por fuera de lo que la pareja haya pautado.

Lo único establecido es que, como todo hábito, de una vez al día a una vez cada cuatro días se está hablando de un ritmo alto, mientras que una vez cada cinco a nueve días es una frecuencia media, y una frecuencia baja es cuando ya se pasa de los 10 días.

Pero cualquier “frialdad” numérica nunca es tal para Couto. “Parece que nos olvidamos de que es inevitable conectar con un otro, y si no vas por ahí, el orgasmo es muy vacío”, opinó. La hiperconectividad de las aplicaciones para citas hizo más accesible el tener encuentros íntimos con más personas, lo que para el sexólogo no es más que una etapa, una que muchas veces sigue al reciente término de una pareja. “Son pocas las personas que continúan sosteniendo esta situación en el tiempo y no buscan la conexión con alguien”, aseguró, lo que no necesariamente implica buscar la formalidad de una pareja.

En esta misma línea, Dufau lamentó que “si matcheo, matcheo, matcheo”, teniendo a la mano “muchas caras, muchos cuerpos, lo puro sexual”, se pierde el cortejo y el galanteo de “irse conociendo” y “que nos conozcan”; “preguntar por el nombre, de dónde es, ¡lo que nos gusta! Todas esas cosas son muy importantes y todas esas cosas con Tinder se fueron”.

El sexo como régimen alimenticio. La sexología se plagó de términos prestados del mundo de las dietas, y ahora en lugar de contar calorías se cuentan las caricias. A veces, si se abusa de los encuentros sexuales, el cuerpo pide un tiempo de tregua y aparece el famoso detox sexual, porque todos los extremos son malos. “Si se practica muy seguido, los neurotransmisores (dopamina y oxitocina) tienden a bajar con cada encuentro y ya no es tan placentero. Es como el chocolate en pascuas, que llega un punto en el que te convidan de todos lados y ya no querés más”, explicó Couto.

Pero una cosa es que el cuerpo pida un impasse y otra muy distinta es imponérselo. La idea de que una pausa podría ayudar al propio desempeño sexual se extendió sin ningún aval científico, lo que dejó lugar para que se instalen ciertas modas como el ayuno sexual. Se trata de un período de tiempo en que la persona o la pareja acuerdan no tener encuentros sexuales, incluso negándose al autoplacer. La finalidad suele ser la de reactivar el deseo, ignorando la visión de sex wellness, en la que el buen sexo como hábito debe cultivarse.

“Estas licencias sexuales son una gran macana, son innecesarias, pero al ser humano le encanta inventarse cosas”, opinó Dufau. “En el estrés diario de la vida misma, más el estrés de terceros (hijos, suegros), tu corteza está todo el tiempo en alerta, el deseo sexual ya disminuye de por sí, y si vos encima no lo trabajás dándole frecuencia, ¡menos ganas vas a tener!”, explicó.

Para Dufau la sexualidad se entiende bajo la visión circular de acto-hábito-necesidad, que se activa cuando se le da frecuencia a una conducta o acción. “Si yo suelo comprar verduras en la feria todos los domingos, el sábado de noche mi cerebro ya se está preparando y mi rutina toda acompaña. Ahora, si el día que voy a ir llueve, lo esperable es que el cerebro active un mecanismo de búsqueda para llevar a cabo esa acción de todas maneras porque ya tiene el hábito instaurado”. Así debería funcionar con el sexo, pero la idea de ayuno sexual rompe con este círculo y en realidad “el cerebro interpreta que si en 21 días no se repite la acción ya no la vas a necesitar. No es que estés cargando las pilas; sin estímulos estás poniendo a prueba al cerebro todo el tiempo”, concluyó.

Para Couto el ayuno sexual puede funcionar en casos puntuales donde una pareja sí practica la intimidad seguido, aunque de manera mecánica o monótona. “Dos o tres semanas sin sexo podría ayudar a aumentar el deseo o asegurar una mayor excitación en el próximo encuentro porque se le da ese poder de romper la rutina”. Pero también advierte que en momentos de estrés en la pareja, ya sea cualquier tipo de distanciamiento o que se esté atravesando una maternidad reciente, por ejemplo, el ayuno “aleja más”.

En la vida soltera someterse al ayuno sexual no tendría sentido para Couto porque el estar con personas nuevas ya supone una excitación alta de por sí. Además, tener un hábito sexual es saludable; no así, una rutina sexual.

El consejo de Dufau de no pasar más de 20 días refiere a no tener alguna o cualquier satisfacción sexual, esto incluye tocarse, un beso, un abrazo, “mirarse de manera compasiva y deseosa”.

Couto por su parte aconseja no olvidarse de tener sexo por lo menos una vez a la semana, por más problemas que haya de pareja, para “conectar y ver qué pasa”; “el deseo no es espontáneo como se piensa, a veces hay que buscarlo”, y generar los espacios y el momento es fundamental.

Salud y bienestar
2024-01-17T15:29:00