Carmen Posadas Mañé

Tristofobia y otras paradojas

Publicado el 06.03.2024  - 4 minutos
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Por Carmen Posadas Mañé

Me divierten mucho los libros del psicólogo y psicoterapeuta Buenaventura del Charco porque tiene un modo distinto e iconoclasta de estudiar la conducta de esos especímenes tan apasionantes que somos los humanos. Hace unos años publicó un ensayo en el que ponía en solfa el llamado “pensamiento positivo”, esa filfa según la cual, abracadabra, todos podemos alcanzar cualquier meta con solo desearla, y ahora vuelve con Te estás jodiendo­ la vida. Olvídate de tu mejor versión y sé tú mismo. En este volumen habla de cómo los gurús de la industria de la autoayuda nos bombardean con frases como: “Sé tu mejor versión” o “Consigue tus objetivos y sé feliz” —otra filfa que hace depender el valor de las personas de su productividad y sus logros, deshumanizándonos—. Buenaventura observa cómo todos estamos en una tonta carrera de ratas compitiendo día y noche con otros y —lo que es aún peor— con nosotros mismos para ser los mejores, los más guapos, los más exitosos y los que más likes cosechamos, en un afán de perfeccionismo llevado al absurdo que, a la postre, genera ansiedad, estrés, frustración y depresión. Aclaro desde ya que este no es un libro de autoayuda; Del Charco detesta el género tanto como yo. Es un divertido ensayo que nos pone frente al espejo para que observemos en qué berenjenal nos hemos metido. El libro tiene varios capítulos y epígrafes interesantes como La plaga del perfeccionismo, Eres tu propio juez y verdugo o Cuando Pepito Grillo te da por culo y, entre todos ellos, he elegido un par para comentar con ustedes. En ¿Por qué (teniéndolo todo) estamos tan reventados? explica que “en una sociedad con más acceso a bienes materiales que nunca antes en la historia se da la paradoja de que las clases medias y bajas se han aburguesado y precarizado a la vez. Lujos impensables hasta hace poco, como viajes, ropas de marca y operaciones de estética, están ahora a su alcance. Y, sin embargo, al mismo tiempo, resulta que desiderátums menos vistosos pero más necesarios, como un contrato de trabajo indefinido, ahorrar o tener acceso a una vivienda, se han convertido en objetivos casi inalcanzables. En consecuencia, esas personas en estado de bienestar tan ambiguo, que son ricas y pobres a la vez, caen en un círculo vicioso donde tienen de todo, pero todo lo deben (como la gente que pide un crédito para hacer un crucero, por ejemplo, y se entrampa hasta el cuello). Y una vez en ese vicioso círculo, para olvidar su precaria situación, ¿qué hacen? Pues salen a cenar, a quemar la noche y gastarse lo que no tienen, porque yo lo valgo (y además porque es lo que hace todo el mundo en su entorno y mañana será otro día). Y esta ambigüedad (según Del Charco, la ambigüedad es lo que peor gestiona nuestro cerebro) genera ansiedad, desazón y, en último término, infelicidad. Otro epígrafe que me interesó es uno en el que habla de la tristofobia­, un fenómeno que se da sobre todo en las generaciones que han crecido en un tiempo en el que el dolor, las dificultades y las penurias (casi) brillaban por su ausencia. Son esos jóvenes a los que sus padres les han evitado el lado “feo” de la vida de modo que para ellos todo es superguay, super Walt Disney. Por eso mismo tampoco han tenido casi frustraciones, de modo que, en cuanto topan con una seria (les deja el novio/a; no consiguen el trabajo que creen merecer, etcétera­) se desmoronan. Para colmo, estar triste (un sentimiento completamente normal) se considera de perdedores y de pringados, así que se ven obligados a esconderlo y a fingir, lo que, a su vez, provoca ansiedad, angustia, así como agresividad hacia otros o contra ellos mismos. Lindo panorama. Encima, todo esto le ocurre a alguien que no tiene “callo”, que no ha recibido como “vacuna” las pequeñas frustraciones que otras generaciones han padecido en su infancia y que han aprendido a gestionar y a saber que el mundo no es una peli de Disney. En fin, ya ven que el tema es interesante y da para debatir. Como todos los libros honestos, este no propone soluciones mágicas y bobas. Hace lo que debería hacer todo buen libro, dar ideas para que sea cada uno quien busque su propio camino. Uno que se recorre con mucha más alegría una vez liberados del tiránico (y agotador) imperativo de ser “ la mejor versión de mí mismo”.

La columna de Carmen Posadas Mañé
2024-03-06T10:37:00

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