MILITARES, FEMENINAS Y DE GRAN CORAZÓN

Uruguayas cascos azules: las soldados de una paz sostenible

Publicado el 06.03.2024  - 16 minutos
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De la Armada Nacional, capitán de Fragata Valeria Sorrenti y tenientes primero de la Fuerza Aérea y del Ejército, Natalia Zuluaga y Yumae Amicone. Foto: Mauricio Rodríguez

Por Milene Breito Pistón
@mileneb_

De la mano de la ciencia ficción, la industria hollywoodense se encargó de construir los personajes más temerarios. Sin embargo, no todos los modelos de oficial del Ejército son combatientes estadounidenses o europeos, mucho menos masculinos. Por fuera de la gran pantalla hay una “persona pacificadora” por cada 280 ciudadanos uruguayos, según los datos recabados por la Organización­ de las Naciones Unidas (ONU). Eso convierte al país en uno de los mayores aportes de cascos azules —cuerpos militares desplegados por la comunidad internacional para mantener la paz en áreas de conflicto— per cápita de Latinoamérica y el mundo.

Las misiones de paz nacieron en conjunto con la ONU en 1945 como una forma de apoyo de la comunidad internacional a países que viven conflictos armados, están saliendo de ellos o enfrentan otras situaciones de violencia que amenaza los derechos humanos y a otras naciones.

Deben ser autorizadas y planificadas por la propia ONU, pero aunque Uruguay comenzó a participar en ellas formalmente en 1997, desde antes de la creación de este organismo ya encabezaba tareas pacificadoras durante conflictos como el de Chaco Boreal (la guerra más importante en Sudamérica del siglo XX, entre Bolivia y Paraguay) en 1928. Eran personas reales en operaciones reales, sin mujeres.

Recién en 2001 una soldado uruguaya participó por primera vez en estas misiones­, pero­ la primera mujer de la ONU no fue demasiado anterior. Se desplegó en 1993. Sin embargo, la representación femenina actual en los contingentes de paz uruguayos posiciona al país en el primer lugar dentro de la región y en uno de los primeros a escala mundial, con 1.500 mujeres desplegadas en 20 años.

Aun así, de más de 1.000 militares desplegados por la ONU al día de hoy solo el 6% son mujeres, porcentaje que en escala se mantiene también en los números del país, que están estancados hace años.

Los objetivos de la estrategia de paridad de género para el Sistema de las Naciones Unidas apuntan a superar el 10% de mujeres desplegadas para fines de 2024. Para ello la ONU apostó a la Iniciativa Elsie para Mujeres en Operaciones de Paz, impulsada en 2017 por el gobierno canadiense. Se trata de un fondo internacional para el cual los países compiten, destinado al desarrollo de programas, estrategias y actividades que ayuden a incrementar el número de mujeres que participan en las operaciones de paz.

En 2019 Uruguay fue escogido como país piloto para la prueba del proyecto, convirtiéndose en el primero de Latinoamérica y el Caribe en implementar la Metodología de Evaluación de las Oportunidades para Mujeres en Operaciones­ de Paz (MOWIP, por su sigla en inglés­); un estudio de identificación de barreras con una metodología que puede aplicarse indistintamente en cualquier país. La evaluación fue llevada a cabo en Uruguay por el Ministerio de Defensa y las Fuerzas Armadas (FF.AA.), con apoyo de ONU Mujeres y la Agencia Uruguaya­ de Cooperación Internacional.

Sus resultados mostraron que los factores que más obstaculizan la participación de mujeres en misiones son la desinformación o falta de información sobre los operativos y las restricciones que supone su rol doméstico de género; dos problemas de matriz sociocultural a los que se intenta buscar una solución institucional, como la implementación de actividades y políticas financiadas por el fondo: un subsidio por hijo para el cual ya hay cuatro beneficiarios, la posibilidad de un período de rotación por seis meses —cuando las misiones son por un año— para madres y padres y la realización de actividades formativas para todos.

El Ministerio de Defensa, que deberá rendir cuentas sobre el proyecto en 2026, cuenta con una especialista de monitoreo de evaluación que hoy está trabajando en analizar el impacto de cada una de estas actividades. Hasta el momento, lo que se conoce es que el período de operaciones 2021-2022 cerró para Uruguay con 94 efectivos desplegados, de los cuales 25 eran mujeres. “Es un buen número”, señaló la coordinadora del Proyecto Elsie para las FF.AA. de Uruguay, Carina de los Santos.

Carina de los Santos Gilomén e Ivanna Chiarlone del proyecto Elsie para las FF.AA uruguayas. Foto: Mauricio Rodríguez

Carina de los Santos Gilomén e Ivanna Chiarlone del proyecto Elsie para las FF.AA uruguayas. Foto: Mauricio Rodríguez

Con respecto a la aspiración del 10%, indica que no se trata solamente de aumentar el número de mujeres efectivamente desplegadas en operaciones de paz, sino, y en relación, de aumentar la cantidad de mujeres en condición de despliegue para asegurar la sostenibilidad del porcentaje en el tiempo.

Todas son cifras ambiciosas, señala De los Santos, pero no por eso deberían opacar el hecho de que Uruguay se encuentra a la vanguardia con su representación femenina. Las tenientes primero de la Fuerza Aérea Natalia Zuluaga y del Ejército Yumae Amicone, desplegadas recientemente en misiones en el Congo, compartieron la experiencia con contingentes pakistaníes y cuentan que sus mujeres tenían una formación completamente diferente a la de ellas.

Mientras en Pakistán las mujeres deben cursar una universidad militar para convertirse en oficiales, es decir que se trata de abogadas, doctoras o psicólogas militares que no pueden formar parte del cuerpo de comando (manejar armamento o hacer guardias), en Uruguay la llamada escuela de comando es igual para cualquier oficial sin importar el género. “Les contábamos lo que hacíamos en nuestras prácticas, nos veían salir a correr, armadas, y ya éramos un rango para ellas”, expresaron a Galería.

Pero el lugar de las mujeres uruguayas militares se fue haciendo “sobre la marcha y con la experiencia” de precursoras como Valeria Sorrenti­. Hoy capitán de Fragata, fue la primera oficial egresada de la Escuela Naval y les abrió las puertas a muchas otras mujeres al convertirse en la primera comandante de un buque de la Armada­ Nacional. Desde que Sorrenti se lanzó al mar, cualquier embarcación de las Fuerzas Armadas cuenta con camarotes diferenciales y un baño pensado especialmente para mujeres.

Hoy capitán de Fragata, Valeria Sorrenti, fue la primer oficial egresada de la Escuela Naval y la primera mujer comandante de un buque de la Armada Nacional. 

Hoy capitán de Fragata, Valeria Sorrenti, fue la primer oficial egresada de la Escuela Naval y la primera mujer comandante de un buque de la Armada Nacional. 

Sorrenti se recibió en 2003 —antecedida por mujeres en la Fuerza Aérea (1997) y el Ejército (1998)— cuando todavía no era demasiado común enviar mujeres a misiones de paz. Se anotó a la lista de voluntarias siendo guardiamarina, llegó al puesto de alférez sin quedar seleccionada y para cuando la llamaron tuvo que escoger entre participar en las misiones y embarcarse en la búsqueda de unos navíos, lo que la haría avanzar varios casilleros en su carrera.

Optó por esto último. La vocación por crecer jerárquicamente hasta convertirse en comandante la alejó cada vez más de las misiones, y es que el progreso profesional puede ponerse por momentos también como una barrera. Eso, y que se convirtió en madre de dos hijos de ocho y cuatro años. Pero aunque nunca se desplegó como pacificadora, muchas de las mujeres que sí lo hicieron, como Zuluaga o Amicone, admiran la perseverancia de Sorrenti, quien les preparó el terreno para que la desenvoltura femenina fuese más cómoda y pudiera darse naturalmente, desde demandar un baño de mujeres en los buques hasta permitir usar caravanas a sus subalternas. “No podemos perder la feminidad”, reivindicó, mientras conversaba con Galería maquillada y con el uniforme puesto.

Primera barrera: la falta de información. De los Santos cuenta que el primer paso de la implementación del proyecto fue una encuesta dentro de las FF.AA. a casi 400 hombres y mujeres con y sin experiencia en misiones de paz. Era una encuesta cerrada en la que se les preguntaba si conocían los escenarios y requisitos de despliegue. El resultado sorprendió a todo el equipo de coordinación, que se encontró con que la desestimación de las capacidades propias sumado a la falta de información hacía que militares de todos los géneros se autoexcluyeran de la experiencia.

Dentro de las FF.AA. lo que es una misión de paz se transmite sobre todo por el boca a boca, que nunca es del todo preciso. Así es como una importante mayoría de los encuestados ignora cuál es la población elegible y cree que las exigencias del reclutamiento son en realidad mucho mayores de lo que son, pero vienen estandarizadas por ONU.

Además de estar inscripto como voluntario, ser menor de 55 años y cumplir con las autorizaciones médicas y vacunaciones necesarias, ni siquiera se requiere pertenecer a rangos altos para postularse. Subalternos con un año de servicio ya pueden hacerlo, aunque oficiales que aspiren a formar parte del staff o ser enviados como observadores militares necesitan un mínimo de ocho años de experiencia. Este es el puesto al que más demoraron en llegar las mujeres; individuos que viajan sin armamento y forman pequeños grupos con otros observadores militares de otros países. La primera observadora participó en misiones en 2016. Hoy la ONU tiene seis observadores desplegados, de los cuales una es mujer.

Teniente Zuluaga en entrenamiento en zona de despliegue. 

Teniente Zuluaga en entrenamiento en zona de despliegue. 

Pero lo más preocupante de los resultados es la poca información que tienen los propios militares sobre las zonas de despliegue. Por mencionar las dos más importantes, Haití y la República Democrática del Congo son áreas de pobreza generalizada en las que más de la mitad de la población no tiene acceso a agua, saneamiento y servicios de salud, y las enfermedades por el mal estado de los alimentos, el agua y el entorno —como la malaria, fiebres de lassa o amarilla y enfermedades de transmisión sexual— se cobran muchas vidas, así como las catástrofes naturales. Muchas veces producto de la actividad ilícita que tiene como sistema motor la explotación de los recursos naturales. Todo esto sin mencionar la gran preocupación por el crimen organizado, el aumento de armas en circulación, el tráfico de drogas y la violencia contra mujeres, niños y niñas, que va desde la trata hasta violaciones y abusos sexuales.

Teniente Yumae Amicone.

Teniente Yumae Amicone.

El primer paso en el área es instalar los alojamientos —todos los contingentes tienen conexión a internet para poder videollamar a sus familiares— y designar los cargos según los establecidos por ONU.

Las unidades deben detectar violaciones a los derechos humanos, tomar nota del incidente, documentar evidencia e intentar intervenir, pero reportándose al comando que inmediatamente lo comunicará a las autoridades del territorio. Así sería en la teoría. Desde la práctica “una cosa es lo que está escrito en un manual, en un reglamento, y otra muy distinta es lo que pasamos”, dicen.

Entonces, conocer los escenarios de despliegue es clave para el manejo de las expectativas y frustraciones. Los encargados del proyecto diseñaron sesiones informativas —que cumplían con un 60% de participación femenina para intentar paliar la subrepresentación de mujeres en roles operacionales— en las que, además, los testimonios como los de Zuluaga o Amicone son importantes tanto para valorar el país en el que están formadas y representar su bandera, como para ayudar a dimensionar que esa es la verdadera oportunidad de poner en práctica todo aquello para lo que fueron entrenadas, en un territorio con realidades y desafíos que, afortunadamente, a Uruguay le son ajenos. Zuluaga, quien participa activamente de estas sesiones, contó que la idea es “sacarle el velo“ a las misiones de paz, a las que les ponen un status demasiado alto. “Algunos no se arriman porque ven que otro tiene un curso que él no, cuando los requisitos mínimos los cumplimos la mayoría. Son los mismos que para ingresar a las FF.AA.”. Contó además que la idea es “desacostumbrar” a que las mujeres vayan “en automático” a posiciones de oficina: “Usted también tiene entrenamiento con armamento, puede hacer exactamente lo mismo (que un hombre desplegado)”, señaló Zuluaga.

La segunda barrera: familia. Sorrenti siempre quiso ser comandante, y lo consiguió con un hijo de apenas un año. Para ella la mujer no tiene techo en las FF.AA., sino que se trata de “elecciones personales”, asegura. “He visto muchas mujeres en la Armada que han tenido familia y no han vuelto a embarcar. Yo, por ejemplo,quiero volver a embarcar”. En su caso, destaca el apoyo constante de su esposo, que siempre la impulsó a que no relegara su profesión.

Y es que la contención del entorno es crucial para superar la barrera del amarre al núcleo familiar. “Una puede desarrollarse si tiene el apoyo, porque la prioridad siempre son los hijos”, señala Sorrenti. Lo mismo corre para los hombres jefe de hogares monoparentales.

Sin embargo, ambas tenientes aseguran que siempre está mejor visto que el padre de familia se vaya de misión por un año, porque objetivamente lo que genera es un ingreso importante para la casa además de la experiencia que le significa. Mientras, las mujeres sufren un mayor estigma por el despliegue y casi inmediatamente se las tilda de “abandonadoras”.

Las tenientes se desplegaron con 28 y 25 años. En la primera misión de Zuluaga, en 2019, su madre, a regañadientes, le dijo que lo mejor era que viajara “ahora que no era mamá”. Por otro lado, el argumento con el que Amicone convenció a la suya, que también “puso el grito en el cielo“, era bastante coherente: “Me va a pasar algo cruzando la calle a dos cuadras de casa como me puede pasar algo en el Congo. Es mi profesión y es lo que yo amo hacer”.

Mujeres en acción. Tanto Zuluaga como Amicone siempre quisieron, desde la Escuela Militar, participar en una misión de la ONU por la experiencia profesional y aquello de “aplicar lo que uno ve en el pizarrón”. Pero claramente nunca iba a ser lo mismo un error durante una operación que durante una práctica en las pistas de entrenamiento.

Las tenientes ocupaban cargos importantes de las Naciones Unidas, entonces, que el personal del contingente estuviera esperando que fuera una de ellas quien decidiera marcaba la verdadera diferencia. “¿Qué hacemos?”, era la pregunta que daba luz de largada a las gotas de sudor frío. Y había que saber qué hacer. No se podía dudar. “Nos tienen que ver seguras”.

Amicone indica que no es una cuestión de verse o no verse reflejadas en el rol. “Nos sentimos preparadas porque me preparé para eso”, concluyó, lo que quedó demostrado en el campo.

Debido a la erupción de un volcán, Amicone­ tuvo que evacuar a un batallón y 600 civiles hacia otra ciudad durante un convoy de 38 horas que recorrió 200 kilómetros. “El coronel me puso a cargo y no dudé. Las mujeres locales me decían: ‘¿Vos estás a cargo?’, y se quedaban sorprendidas viendo que llevaba chaleco, casco y fusil. ¡Me pedían para sacarnos fotos!”, recordó.

Zuluaga menciona que durante las misiones aprendió cómo su palabra, lo que dice y cómo lo dice, influye o deja de influir en su personal. A ella le tocó eludir algunas manifestaciones de rebeldes en el Congo: “No son como las manifestaciones acá, que te cortan el tránsito y listo. Estos vienen con armamento, vienen con todas. Y todo lo que aprendiste lo tenés que decidir y hacer en 10 minutos para evitar una catástrofe o posible catástrofe”, cuenta.

Lo primero es calmar a la gente, contactar a la base y encontrar la manera de volver. La teniente no la tuvo nada fácil, porque las manifestaciones estaban justo entre la ubicación de su convoy y la base.

Allí puso en práctica su entrenamiento de embarque y desembarque táctico de vehículos, encontró a través de sus redes de contactos las rutas desocupadas y mejores caminos para llegar a la zona segura de la ciudad, y logró llevar a toda la gente a salvo y sin incidentes a la base del contingente. Zuluaga estaba preparada.

Por fuera de lo que la ONU establece, los contingentes uruguayos suelen dedicarse a muchas más tareas que las reglamentadas. Para la Navidad de 2019 el contingente uruguayo logró juntar cinco toneladas de juguetes para dar a los niños del Congo, que con ayuda del Ejército repartieron en hospitales, orfanatos y escuelas. “Es una de las actividades extra que nadie nos pide pero el Ejército uruguayo siempre hace”, cuenta la teniente.

Durante la misión, no existe tener horario laboral. No son ocho horas y volverse a casa o armarse un mate para tomar en la rambla. “Allá no tenemos rambla. Nos levantamos, desayunamos, almorzamos y merendamos todos juntos”. Y aunque a la tarde también baja la actividad, hay veces en que no queda nada para hacer. “Entonces les pienso actividades”, contó Zuluaga. “Cosas que nos mantengan entretenidos y activos y no permita a la mente empezar con eso que hace siempre cuando la persona está quieta y sin nada que hacer. Yo no tengo las herramientas para guiar a mi personal cuando extrañan o las cosas no están yendo bien, no soy psicóloga (aunque siempre se viaja con una, que atiende antes, durante y después de la misión), no estoy especializada, entonces lo que me queda es entretenerlos”.

Estas mujeres se convirtieron en un modelo para las personas locales y otras mujeres militares sin siquiera darse cuenta. “Con cambiar la forma de pensar de una sola persona que haya conocido en el Congo, ya creo que lo logré”, dice Amicone.

Al compartir el té con Zuluaga, sus compañeras oficiales notaron que mientras ellas hacían a lo sumo una o dos tareas, la teniente cumplía más de 20. Pero gracias a verla a ella comenzaron a pedir más. “Venía el jefe a decirme que fulana había ido a pedirle más trabajo después de hablar conmigo. Una abre oportunidades a otras mujeres sin saberlo”.

Lo mismo ocurría con los entrenamientos de la teniente Amicone, que salía a correr con su arma a cuestas. Cuando pasaba el asombro, sus compañeras contingentes, aunque no armadas, también salían a trotar a pesar de que en su país no hubiesen pasado por ninguna escuela de comando. “Basta con que solo una persona se dé cuenta de que su realidad puede estar mejor”, dice. “Ni nos imaginamos capaces de darles ese sentimiento de fuerza a otras mujeres que nos ven, se sienten empoderadas y aspiran a una vida mejor”.

El objetivo del proyecto Elsie es justamente visibilizar todo este despliegue de humanidad en acciones, alentando a que se postulen más mujeres a las misiones y reivindicando su importancia.

Las mujeres son un factor pacificador muy importante, sobre todo porque son capaces de lograr un acercamiento hacia la población para recabar información que hombres uniformados no pueden. Las mujeres locales muchas veces sufren ataques y abusos de hombres con uniforme, entonces sienten más confianza en oficiales mujeres. “Nos veían como malaicas, que en swahili significa ángel”, contó la teniente Amicone. “Nos llenó el corazón porque vimos de primera mano que donde pisa la mujer allí queda la huella de la esperanza de una paz sostenible”.

Estilo de vida
2024-03-06T11:43:00

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