Estreno en José Ignacio

Paula Hernández: “Lo mejor que te puede pasar para hacer películas es vivir"

Publicado el 10.01.2024  - 14 minutos
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Por Patricia Mántaras de la Orden
@patimantaras

Adentrarse en terrenos desconocidos es siempre una aventura y un riesgo. Lo fue para la cineasta argentina Paula Hernández cuando decidió introducirse en una historia situada en un escenario rural y con una marcada presencia religiosa, dos aspectos que no le eran para nada familiares. El guion, adaptado de la novela homónima de Selva Almada, se escribió en paralelo a una investigación y a una búsqueda de locaciones que ayudaran a situar un relato que ya tomaba forma en su cabeza y que terminaron encontrándose en Uruguay.

La historia vuelve a ahondar en la adolescencia, una etapa en la que Hernández ya había explorado en Los sonámbulos (ganadora del Cóndor de Plata a Mejor película, premio que entrega la Asociación de Cronistas Cinematográficos de Argentina) y, de una manera menos lineal, también en Las siamesas (Cóndor de Plata a Mejor película y candidata a Mejor película iberoamericana en los Goya).

Leni (Almudena González), la coprotagonista de El viento que arrasa, sigue a su padre, el reverendo Pearson (Alfredo Castro), en una misión evangélica, acompañando esa religiosidad exacerbada con resignación y alguna reticencia aislada que sugieren una diferencia en las formas de ver y vivir la fe. “Creo que tiene que ver un poco con cómo a veces la neurosis o los conflictos de los adultos terminan pisando la cabeza de esas personas que crecen”, dijo Hernández a Galería. Ese universo familiar en que se mueve el relato ha sido históricamente visitado por la realizadora, aunque la tipología de cada familia siempre es diferente. Lo que los mueve, lo que callan, lo que temen.

“Son películas duras por lo que transitan sus personajes —opinó, refiriéndose a esta película y también a Los sonámbulos y Las siamesas—, pero tienen una pequeña luz en el horizonte que me gusta darles a las películas”.

El viento que arrasa, que inauguró la sección Horizontes Latinos en el Festival de San Sebastián y fue estrenada internacionalmente en el Festival de Toronto, se exhibirá en el José Ignacio International Film Festival (JIIFF). El filme, coproducido entre Uruguay y Argentina, es una joya más de las siete que componen la programación de lujo del festival en su 14ª edición. El estreno en salas de Uruguay está previsto para marzo o abril.

¿Cómo fue la investigación para abordar en El viento que arrasa temas nuevos en su cine, como la religiosidad y los escenarios rurales?

A mí me interesaba mucho la literatura de Selva, pero no había leído esta novela particularmente. Me interesó por un lado que seguían apareciendo temas con los que yo ya venía trabajando, con universos con pocos personajes, familiares, pero se abría la puerta hacia lugares desconocidos, más que nada el tema religioso. Al ser agnóstica el escenario rural se me hacía un poquito más cercano o posible de abordar, pero el mundo religioso era otro mundo. Así que la decisión fue ponerme a leer desde textos teóricos hasta religiosos, a leer un poco lo que había ocurrido en los últimos años con la entrada del evangelismo a determinados países, más focalizada en lo que tenía que ver con Argentina. Y también empezar a entrevistarme con pastores y con fieles, tratar de comprender un poco cuál era su creencia, cuál era la idea de la fe, y entrar al proyecto lo más despojada posible de los prejuicios. Me parecía que tenía que abordarlo desde un lugar de alguien que realmente cree en eso y lo lleva adelante hasta las últimas consecuencias con una fe absolutamente ciega.

Siendo agnóstica, debe haber sido difícil abordar esos temas sin que se filtrara algún juicio propio.

Me parece que la película está planteada desde un lugar en que todos los personajes tienen formas de ver el mundo con las que puedo coincidir, y están totalmente en las antípodas. Me parece que lo rico es eso, que no son personajes planos, que podés comprenderlos desde lo que son, no desde una mirada externa. Para mí Pearson (el reverendo), puntualmente, y Leni (su hija) son personajes absolutamente verosímiles en cómo viven la fe, con formas muy diferentes también entre ellos. La película aborda otras cuestiones, más allá de la cuestión de la fe. Por supuesto que yo tengo una mirada y una opinión, y por eso también al final de la película se diferencia un poco en relación con la novela, que es la posibilidad de Leni de elegir. En general tengo cierta resistencia a los mundos cerrados, a los mundos endogámicos, me parece que no está bueno para la vida. Desde ese lado puede haber una opinión personal, pero creo que en la película la crítica no está en primer término. En todo caso el espectador encontrará sus respuestas en los personajes.

Aunque la historia está situada en el Chaco, la película se filmó íntegramente en Uruguay. ¿Le preocupaba que las locaciones fueran fieles al paisaje argentino?

Sí, fue más que nada una decisión de producción. Al principio iba a ser en Argentina, después en Argentina y Uruguay, y después solo en Uruguay. Cuando empecé a escribir, en paralelo a la investigación, siempre en mi cabeza la película estaba situada en alguna idea de frontera, con Brasil o con Paraguay o con Uruguay. Tenía en mi cabeza cómo ese paisaje iba a ir mutando, con qué sonoridades, con qué otras comunidades se iban encontrando, y cuando la película de golpe pasó a filmarse en Uruguay, todas esas referencias las compartí con el equipo de arte de locaciones para intentar encontrar eso. En todos esos scouting fueron apareciendo esos lugares y también otros que no estaban pensados y que fueron muy enriquecedores para la película. Uruguay tiene algo muy hermoso de recorrer; hay que recorrerlo, pero son distancias posibles, y eso me parece que nos ayudaba bastante también en términos de producción.

¿En qué lugares se filmó?

Filmamos en diferentes lugares. Hay muchas cosas que son en Montevideo rural. El taller se construyó ahí. Era un chiquero, un galpón medio abandonado y se armó ahí el decorado. El pueblo se armó en Progreso. Después hubo otras partes realmente lejos, desde el Fuerte de San Miguel, en la frontera; Cerro Largo, para el otro lado, donde están todos los molinos de viento, el parque eólico; y en la zona de Rocha filmamos en Castillos.

Desde su ópera prima trabajó con actores de primera línea, como Rita Cortese. ¿Cómo es que desde su primera película logró eso?

No sé bien. La verdad es que siempre tuve un poco la suerte de que confiaran en los proyectos. Había algo que en principio se desprendía o del guion o de las conversaciones conmigo. Me pasó tanto en la primera, en Herencia, como después con Valeria Bertuccelli y Ernesto Alterio en la segunda, Elena Roger y Diego Peretti en la tercera, Érica Rivas, Daniel Hendler. Supongo que la filmografía de uno va haciendo a los actores confiar, y las últimas películas son como un antecedente de una forma de trabajar.

La familia es un tema recurrente. En esta película, como en Los sonámbulos, volvés a la adolescencia, esa edad crítica, con padres que buscan poner límites de diferentes maneras. ¿Hay un interés particular en explorar este tema?

No es algo que sabía cuando empecé a trabajar en las películas. Me pasa con la adolescencia que creo que es ese momento tan de pivot, tan de tratar de encontrar quién es uno y diferenciarse del otro, de la confrontación con los padres, de ver qué es lo propio y qué es lo que uno arrastra, y donde tampoco existe la idea moral. Uno tiene una libertad y una inconsciencia y también un nivel de problemática importante… Creo que está todo dado en la adolescencia como para poder desarrollar. Y siento que me fue pasando eso en las distintas películas. Inclusive en Las siamesas, una película en la que Valeria Lois es ya un personaje adulto pero acarrea cosas que son de la infancia y de la adolescencia; es una hija que no puede crecer ni desprenderse, y tiene esa confrontación con la madre como si todavía fuera una adolescente. Sí, creo que es un mundo que lo fui descubriendo y me parece muy rico, muy problemático, muy libre al mismo tiempo, muy amoral, y todo eso me parece atractivo.

Almudena González es Leni y Alfredo Castro es su padre, el reverendo Pearson, en El viento que arrasa.

Almudena González es Leni y Alfredo Castro es su padre, el reverendo Pearson, en El viento que arrasa.

El viento que arrasa no es la primera adaptación que hace de una novela o cuento publicado. ¿Hay algún autor en particular que le gustaría adaptar?

No, no me pasa así. Hay un montón de textos que me parecen maravillosos. Ahora estoy alucinada con otra escritora, pero no sé si es alguien para adaptar. No sé bien por dónde llega. Ni siquiera tiene que ver con que se desprenda de algo que uno diga: “Qué cinematográfico es esto”. Porque lo cinematográfico hay que construirlo. Siempre pensé que hay ideas, o situaciones o personajes que a uno le pueden atraer, pero me parece que después ya tiene que ver con un trabajo más del proceso de adaptación. En general son textos que llegan a mí y por algún motivo me convocan más que ir a buscarlos yo.

La película se presentó mundialmente en Toronto, y usted ha tenido logros muy importantes desde sus primeras películas en festivales importantes. ¿Cómo transita este camino?

Siempre las experiencias de los festivales me sirven, porque voy a festivales antes de estrenar, entonces son como romper el hielo con lo que va a pasar con la película. Es un público exigente, porque por un lado hay público, pero por otro lado también hay mucha gente que tiene que ver con el hacer (cine), entonces es un lugar de exposición que es atractivo para ver qué sucede con la película. Me pasa que de golpe estoy en un festival como el de Toronto y después voy a San Sebastián, que son públicos recontra diferentes, y las preguntas o las observaciones son similares, y eso me encanta porque habla de la universalidad que puede tener un trabajo.

En relación con los premios, siempre está bueno el reconocimiento en el sentido de que es como un “dale, buenísimo, seguí por ahí”. Le viene bien a la película para que se promocione, y son esas cosas que son lindas. Pero también hay que olvidarse: así como ganaste premios hay películas con las que quizás no ganás nada, hay películas con las que te va bien y otras con las que te va mal, y estás en medio de una montaña rusa. Me parece que las películas no dependen siempre de eso, a veces puede haber hermosas películas que no funcionan en términos comerciales. Me ha pasado de pensar: “¿Por qué esta película funcionó mejor si para mí esta otra es mucho mejor?”. Esos misterios que no sabremos nunca.

Con una trayectoria extensa y un camino recorrido, ¿cree que el lugar de la mujer realizadora ha cambiado en este tiempo?

Desde que empecé, sí. Yo empecé muy chica a trabajar en cine, mi primera película la hice a los 30 años. Sí, cambiaron las cosas, cambió la gente que estudia cine, cambiaron las aperturas en las escuelas, cambiaron los festivales, la cantidad de posibilidades de hacer cortos, de difusión. Tecnológicamente, cambió el acceso hoy a hacer un corto o una película; es más simple que antes. Pero me parece que hay algo menos verticalista que cuando empecé a trabajar. Las cosas cambiaron, pero todavía no es que exista la equidad. Yo hablo desde un lugar bastante privilegiado; pude haber tenido algún que otro escollo, pero nada me impidió poder seguir haciendo las cosas. Quizás sí sentía un poco más la diferencia cuando era asistente, o más al inicio, pero todavía me parece que esa equidad no existe y lo ves cuando vas a un festival y el jurado no es 50 y 50, y cuando ves la lista de películas programadas en un festival y tampoco es 50 y 50. Cuando ves los equipos, ¿cuántas mujeres son las cabezas de equipo y cuántos varones? Es un proceso, y así como ocurre en el cine me parece que es inherente a un montón de otros campos, y dependiendo de en qué sociedad estés esas diferencias son más marcadas o menos. Una cosa es estar en África y otra cosa es estar en Canadá. Me parece que depende mucho de las coyunturas. Por supuesto que las cosas evolucionan y cambian, y hay presidentas, pero son cosas que son parte de un proceso.

¿Qué consejo le daría a un cineasta que esté haciendo sus primeras armas?

Lo único que puedo dar como consejo es lo que yo hice, porque siento que es lo que te da felicidad, que es trabajar. Yo he hecho trabajos de todo tipo en el mundo del cine, y todo eso me fue formando, de todo aprendí, desde ser meritorio de producción, a trabajar en arte, a en un momento tomar la decisión de perder el miedo y decir “quiero dirigir” e ir hacia ahí. Creo que me sirvieron tanto el trabajo como la formación universitaria. Yo soy egresada de la Universidad del Cine (en Buenos Aires), y eso me puso en contacto con un montón de lecturas de materiales, de visualización de películas; hoy por hoy quizás es más fácil acceder a todo eso. Me parece que es importante nutrirse desde ese lado. Es importante leer, seguir haciendo cosas con otros, con pares, no siempre uno va a aprender más estando en una estructura industrial; uno también aprende con los pares. Y después me parece que lo mejor que te puede pasar para hacer películas es vivir, y equivocarte, e ir para allá y estar perdido, y dejarte tiempo para pensar. Creo que es difícil pensar una carrera de antemano. Uno se va sorprendiendo con lo que va encontrando. Cuanto más fiel seas, escuches lo que querés, es por ahí.

¿Cómo ve el escenario actual en Argentina para la cultura con el cambio de gobierno? ¿Le preocupa?

Me preocupa sobremanera. Me parece muy complicado el momento en el que estamos. Todavía hay un montón de cosas que no terminaron de definirse. A nivel cultura uno puede intuir lo que va a suceder, porque ya conocemos estas decisiones. Pero por ahora hay muchas imprecisiones. Las decisiones que se tomaron con relación al INCAA… En Argentina no existe un cine sin el Estado, todas mis películas tuvieron ayuda del Estado. Siempre encontrando otros socios, claro. Pero la ley ómnibus implica desfinanciarlo totalmente, esto puntualmente en el cine. Y después, en relación con otras áreas de la cultura, es preocupante. Así que no sé. Estamos un poquito entre a la espera y a la resistencia, y acercando propuestas y viendo qué va a suceder, pero fácil no va a estar.

Lo que la trae a Uruguay es el JIIFF, donde se va a mostrar El viento que arrasa y va también a ser jurado de cortometrajes. En una edición además en que la programación es impresionante.

Espectacular. Me encanta ir a Uruguay a mostrar la película antes de que se estrene, porque es el territorio donde se hizo, y hay gente que quiero. Eso, en principio. Y después voy también a ser jurado de la parte de cortometrajes, que me encanta ver qué se está haciendo. Además vi la programación y me parece un lujo, quiero ir a ver esas películas (risas). Serán tres, cuatro días hermosos.

Fotos: gentileza JIIFF

Cultura
2024-01-10T10:41:00