GALERÍA | Revista Semanal

Antes de escribir y dirigir documentales que se exhibieran en plataformas, antes de producir ficciones, antes de que decidiera un día contar a través de otro caso el drama que atravesó su familia cuando su madre enfermó y necesitó un trasplante de corazón, antes de que tuviera un día la revelación de que quería vivir de hacer documentales, antes de estudiar Administración de Empresas; mucho antes que eso, cuando tenía entre 15 y 17 años, Luis Ara corría de cine en cine cargando rollos de celuloide. Eran vacaciones de julio, su familia materna tenía la representación de Warner Bros., Disney, Fox y Columbia en Uruguay, y como traían pocas copias de cada película, Ara hacía lo que llamaban conexiones: recogía el segundo rollo de una película cuando había terminado de pasarse en el cine California y lo llevaba al Trocadero, para que el proyeccionista lo empalmara con el primero (que ya había hecho ese mismo viaje), y volvía al California cuando terminaba el tercero para hacer exactamente lo mismo. En verano, la tarea era otra: controlar la asistencia de público a las funciones de películas de los sellos que ellos distribuían. “Contaba a la gente que había en la sala, que era una tarea importante porque los cines se quedaban con parte de la recaudación si no revisabas. En aquella época era el lejano Oeste”.