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Alfonso Reyes, sus pinturas y sus monstruos

El artista, que se reparte entre Montevideo y ciudades españolas, pasó su verano en Punta del Este mientras busca un lugar en el mercado del arte nacional
Publicado el 27.02.2024  - 12 minutos
imagen de Alfonso Reyes, sus pinturas y sus monstruos

Fotos: Mauricio Rodríguez

Por Milene Breito Pistón
@mileneb_

Olor a resina y óleo pastel, mesas y paredes pintadas, tarritos con agua, acrílicos desparramados, colores, colores y más colores. Es como entrar a un salón de plástica del jardín, pero se trata de la versión pequeña del atelier del artista plástico Alfonso Reyes. Lejos de ser una degradación, comparar su espacio con el de una clase de arte de preescolar es todo un cumplido.

Su taller original queda en Montevideo y es mucho más grande y con muchas más pinturas. Este, en la parada 32 de la Mansa, es como si fuera su carta de presentación. Una invitación a echar un vistazo a su colorido verano, que es el preámbulo de todas sus demás estaciones.

Si bien la época del año incide en si cambia la paleta de colores o pinta descalzo, en sus lienzos siempre van a aparecer rostros, expresiones, emociones, bestias, el instinto y las relaciones —si es todo junto, mejor—, no importa el momento de la pintura. Para el artista, menos nunca es más. “Más es más”, asegura, y lo delatan­ sus muestras que tienen un poco de todo; desde pinturas en óleo pastel y aerosol, pasando por los acrílicos, hasta llegar a la arcilla de las esculturas que después hornea y pinta con esmalte y resina epóxica.

Viaja por lo menos dos veces al año a Barcelona­ o Mallorca, donde ya lo conocen “bastante”, con su libreta de dibujos. Algunos de ellos a veces se convierten en pintura. En Uruguay piensa que todavía no ha encontrado su nicho, pero sigue en la búsqueda.

Hijo de padres abogados, y él siendo arquitecto con un máster hecho en la capital catalana, Alfonso siempre tuvo el apoyo cuando le vino la repentina idea de convertirse en artista. Creció en una casa que era como un museo petit, llena de obras de Jorge Páez Vilaró, el hermano de Carlos, que era muy amigo de su padre. Alfonso siguió con esa costumbre familiar de hacerse amigo de los virtuosos y durante su maestría en España conoció al pintor Joaquim Santaló, y terminó apuntándose a su taller mientras estudiaba.

Empapado de ese y muchos otros estilos, el resultado de lo que pinta, buscando “perturbar”, es por lo menos psicoactivo; un estímulo en este caso procesado por los ojos con un efecto inmediato sobre el sistema nervioso central.

Creciste en una casa a la que cariñosamente te referís como petit musée. ¿Cómo era ese entorno?

Mis padres siempre fueron amantes del arte. De chico me llevaban a remates de pinturas y muebles, y desde entonces la relación mía es directa. La casa estaba llena. Digo que era un pequeño museo porque realmente teníamos obras de todo tipo y color, de importantes artistas uruguayos.

¿Tuviste una época de dibujar palitos como cualquier niño?

No (risas). Jamás dibujé palitos. Incluso antes de que mis padres me mandaran a talleres de dibujo hacía el típico ejercicio de copiar fotos de revistas e inconscientemente iba aprendiendo de composición y las proporciones del cuerpo humano y los animales. Hoy lo tengo superarraigado, lo que me permite pintar con más libertad.

¿Hay que tener una base para lanzarse al arte?

Depende de las intenciones que uno tenga, no es lo mismo hacer arte que vivir del arte. Lo segundo es un riesgo muy grande, sobre todo en Uruguay. Se puede, pero en cierto punto necesitás de un apoyo u otra actividad que te permita sostenerlo, porque el camino del artista se empieza como una manera de expresarte, nadie empieza haciendo arte para vivir. Si las cosas después salen bien, poco a poco empezás a ver cómo monetizarlo.

¿Y cuál es la mejor forma de estimular ese camino?

Si el día de mañana tuviera un hijo y quisiera dedicarse al arte, le daría el apoyo económico para que pueda empezar a crear, sin la presión de esa necesidad económica. Ese es el punto de inflexión. Porque cuando vos creás con la necesidad de vender, el resultado de esa obra no es algo profundo y terminás haciendo una artesanía y no una obra de arte. Hay una diferencia entre artesanía y obra de arte, la primera es como más orgullosa y tiene el objetivo de venderse en masa, que es superválido y lo respeto, lo he hecho alguna vez. Pero la obra de arte es una forma de expresarse, la necesidad es la de contar algo, no la de vender. Si además después lo vendés está muy bien, porque esa venta te impulsa, te motiva y te ayuda a ir mejorando tus recursos, pero con otra libertad expresiva.

¿Cómo hacés para ponerle precio a un cuadro?

Ponerle precio a una obra es muy difícil. Una vez le pregunté a Santaló y me dijo que pensara en un precio muy caro y en otro muy barato, y que el valor final sería algo intermedio. A partir de esa regla le puse el primer precio a una obra y quedó razonable, pero claro, a medida que uno se va desarrollando como artista y va entrando en colecciones privadas, residencias artísticas y va generando un currículum, evidentemente el precio de tu obra va a subir porque lo que estás haciendo va agarrando mucha más contundencia. No hay que olvidarse de que mucha gente especula con el arte, compran porque les gusta pero también como inversión. Entonces, que tu obra se valorice está relacionado con el currículum que estás generando.

¿Dónde expusiste hasta ahora?

En Uruguay en La Barra y en España en la academia de Santaló y otras galerías de Barcelona­ y Mallorca. Expuse muchísimo en trobadas (reuniones de amigos para los catalanes) y estoy trabajando en una nueva exposición individual en Mallorca e Ibiza. Otra en Praga, que me entusiasma mucho. Es muy difícil llevar un plan de exposiciones, primero por el tiempo que lleva escoger una locación y hacer una curaduría de los cuadros. Es un proceso de por lo menos mes y medio.

¿Por qué tu frase de cabecera es “open your eyes”?

Porque parece que en el mundo de hoy en día son muchas las cosas que pasan desapercibidas. La pista en cualquier disciplina es poder captar esas cosas, que a veces resultan absurdas, pero son invisibles para los ojos. Creo que en esos detalles uno encuentra cosas increíbles que le dan valor y explican un montón de otras cosas.

En tu obra parece haber bastante de Karel­ ­Appel y Basquiat, ¿quiénes son tus referentes?

Trato de no tener referentes muy claros para poder ir forjando mi propio camino sin ataduras. Si bien es verdad que al principio uno toma cosas de algún artista para volcarlas en su obra, como podría ser Basquiat, hoy en día trato de no relacionarme con él ni con otros para poder hacer lo que me nazca. Por supuesto que me inspiran los colores de (Joan) Miró, los dibujos de Picasso, sus grabados, después la libertad expresionista de Grupo Cobra (un grupo de artistas daneses, belgas y holandeses que en 1948 crearon un colectivo de arte experimental; Jorge Páez Vilaró fue el único uruguayo que formó parte de él) se puede relacionar con mi obra. Pero no me gusta que me encasillen con una forma de hacer las cosas porque si te encasillás y autodefinís, te terminás copiando a vos mismo y el resultado te termina aburriendo.

¿Todo es a color en tu mundo?

Sí, a no ser en pandemia, que dibujé una serie en blanco y negro que se vendió completa. Todo es de color, si bien ahora estoy reduciendo un poco la paleta. Es la influencia mediterránea con una falsa cercanía a los trópicos más todo lo que ya es Latinoamérica; la influencia afroamericana, el candombe. Montevideo es una ciudad supergrís, pero cuando florece, en Carnaval por ejemplo, te inspira.

Hay mucho de raíces, rostros afro, pero también criaturas monstruosas, cuerpos femeninos… ¿Qué te inspira?

En definitiva trato de interpretar el día a día para entenderlo. La manera que tengo de explicar lo que pasa es con estos monstruos, que más que monstruos son caras que me cuentan muchas cosas. Son expresiones que me vienen y yo las doy a luz. La forma más intuitiva que conozco de representar una emoción, un sentimiento, es a través de una expresión, una mirada, una sonrisa, un grito, entonces por ahí estas criaturas no representan una cara sino una emoción.

¿Y qué es un monstruo para vos?

La idea de monstruo está relacionada con algo malo, pero para mí solo son criaturas, son personajes capaces de generar sensaciones perturbadoras. Y las sensaciones perturbadoras no necesariamente tienen que ser negativas. Algo te puede perturbar, pero esa perturbación puede hacerte ver otras cosas que antes no veías. Hay que tener cuidado con la palabra monstruo, con la connotación negativa, como con la palabra perturbar. Mi intención es perturbar­, pero no como algo negativo, sino como algo impactante, que genere una sensación, ya sea buena o mala. Que te pares enfrente de mi obra y te mueva algo, porque esa es mi manera de hablar, de contar, y la obligación que uno tiene como artista es la de sensibilizar. Hacer un mundo mejor. Y eso no sería posible si yo no te perturbo. Pero mis monstruos son 100% humanos en realidad y, en cierto punto, hasta soy yo. O personificaciones de las grandes instituciones. Pero yo estoy en todos los cuadros.

Hiciste una reinterpretación (o tu propia versión) de La última cena de Leonardo da Vinci que es curiosa. ¿Qué pensás sobre la obra de los grandes clásicos?

Lo más importante en el arte es contextualizar. El ser humano, no sé si a causa de las redes sociales y el avance de la tecnología, se acostumbró a la inmediatez. Lo quiere todo de inmediato­ entonces vemos un Velázquez y nos aburre, porque se buscan sensaciones rápidas. En la época en la que se pintaba eso, un pie descalzo, una persona asesinando a otra, mostrar un seno, eran cosas supertransgresoras que podían impactar pero ahora quizás ya no. Cuando era chico estas grandes obras me aburrían, y hoy entiendo que si me paro enfrente de uno de estos cuadros, primero lo tengo que contextualizar. Si te ponés en ese lugar y sos consciente de lo que pasaba en ese momento, lo que te va a generar es una cosa mucho más interesante. Mi Última cena ridiculiza la original. En lugar de todo ese banquete puse un pedazo de pizza y un mozo, unas copas de champagne, porque el mundo cambió. Y está bien que cambie. No es una falta de respeto a la obra, es una reinterpretación, la mía, y una ridiculización justamente para mostrar eso que te decía, lo absurdo.

¿Qué pasa si tu cuadro se llama Martín pescador y lo último que veo es al martín pescador? Ahí burlás un poco el concepto de lo inmediato.

Hay que tener cuidado con los títulos para no condicionar a la persona que mira el cuadro. Mi idea es generar un impacto instantáneo, porque uno también vive en este mundo dinámico, pero a la vez, detrás de esa inmediatez, hay otro mundo posible de descubrimiento.

¿Cuándo sabés que terminaste un cuadro?

Mis cuadros cumplen con tres elementos para que me conformen, que son la proporción, la composición y el color. Entonces, mientras yo voy pintando me acerco y me alejo del cuadro hasta que llega el momento en que lo veo y compositivamente está balanceado. Me doy cuenta y esos espacios llenos y vacíos me convencen y lo dejo de tocar. Pero no necesariamente menos es más, más es más.

¿Cómo te enfrentás a un lienzo en blanco?

Mancho. Me resulta mucho más interesante manchar directo sobre el cuadro que dibujar antes. En las manchas encuentro resultados inesperados y eso es lo que me gusta, para mí lo evidente deja de ser interesante. Al trabajar con manchas, mis obras tienen miles de lecturas y la gracia es que interpretar un cuadro te lleve toda la vida. Nunca está acabada una obra. La obra se acaba con la persona que le toca convivir con ella, el que se la compra y la pone en el living, que hoy hace una lectura y capaz dentro de 20 años hace otra porque va viendo cosas que antes no veía al convivir con ella todos los días. Esa obra va mutando con el tiempo y te va acompañando en tu desarrollo intelectual a lo largo de la vida.

Si solamente pintás lo que sentís, ¿puede haber bloqueos creativos? Porque estamos permanentemente sintiendo cosas.

Siempre hay algo para pintar solo que a veces a uno le cuesta expresar ciertas ideas, pero la palabra inspiración para mí está sobrevalorada. Por más que vos tengas ideas, si no tenés esa chispa fundamental para poder ejecutarlas, para crear con un motivo expresivo…

¿Qué pensás sobre pintar bajo los efectos de alguna droga?

La verdad que nunca lo hice. Soy de por sí una persona muy hiperactiva y cuando pinto me lleva a unos niveles de euforia muy extremos, me pongo a saltar y a gritar y siento mi cuerpo. Por ahí otros estímulos pueden darme otro resultado, pero en este momento creativo no necesito más que eso. Me acompaña mucho la música, de cualquier género: jazz, indie, rock de los 80, música clásica. Sin embargo, también hay momentos en los que es lindo escuchar al pincel. El sonido de los pasteles sobre la tela. A veces el cuadro necesita un poco de paz.

Cultura
2024-02-27T19:21:00

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