COLUMNA: NOBLEZA OBLIGA

Oliana

Publicado el 15.01.2020 15:00  - 5 minutos
imagen de Oliana

Por Claudia Amengual

Uno de esos lugares que uno conoce no por estar incluidos en los itinerarios armados para turistas, sino porque el azar lo lleva. Es la Cataluña profunda que despliega con sencillez todo el encanto de su tradición.

La vida da curiosas vueltas y nos sorprende. Hay algo agradable en perder un poco el control y dejar que nos deposite aquí o allá sin más preámbulo que un imprevisto cualquiera o una decisión que otros han tomado por nuestra cuenta. Uno cree que lo tiene todo más o menos atado y no calcula esos chispazos de realidad que de pronto se atraviesan en los planes y los desordenan. El desorden suele tener pésima prensa. Sin embargo, no siempre es malo. A veces nos depara más de lo que esperábamos y nos hace un asombroso regalo de buenos momentos.

Este final de año ha sido distinto para mí. Surgió como un encadenamiento natural de hechos y me encontró en Oliana, un precioso pueblo a medio camino entre Barcelona y Andorra, justo en la antesala de los Pirineos. Quién me hubiera dicho unos meses antes que pasaría allí -acompañada por seres queridos y recibida por hospitalarios olianeses- las últimas horas de 2019. Lejos de los festejos esplendorosos en los alrededores de Plaza España -donde se congregan miles a los pies del Montjuïc, junto a la fuente de aguas danzantes- los habitantes de Oliana despiden el año en la intimidad del hogar, sin estridencias. Ofrecen al visitante una serie de platos típicos que combinan embutidos, papas, quesos y setas de la forma más exquisita y variada. A los postres, frutas, turrones y neules. Y, al aproximarse la medianoche, el ritual de las doce uvas y el tradicional saludo colmado de buenos deseos.

En las cercanías del río Segre, afluente del Ebro, Oliana es parte de la provincia de Lleida y tiene una población de unos dos mil habitantes que practican la agricultura y se congregan en torno a una fábrica de electrodomésticos. Quedan pocos jóvenes viviendo de forma permanente, pero hay un apego fuerte al pueblo. Algunas casas se conservan como segunda residencia de familias que retornan cada fin de semana o en época de vacaciones a reunirse en su querida tierra.

Vista desde el cercano pueblo de Peramola hasta donde se llega en auto o a pie, Oliana se divisa como un conjunto de casas recostadas contra el imponente muro de montañas prepirenaicas. Unos jirones de niebla se alzan sobre el valle ya como un velo suave que pronto se disipa, ya como una manta espesa, y el campo despliega un verdor intenso. En todos los casos el paisaje invita a dar largos paseos por senderos arbolados que bordean cursos de agua o entre las callecitas estrechas flanqueadas por antiguas construcciones con diverso grado de conservación. En todas partes reina la más absoluta limpieza y un silencio encantador solo quebrado cada tanto por la voz de algún vecino que saluda o el ronroneo de un auto cuyo paso obliga a recostarse contra la pared.

Por la tarde, el sol enrojece el cielo y las montañas azulan la franja gruesa del horizonte. Hasta esas montañas llegan los amantes de la escalada deportiva. Provistos de equipos más o menos sofisticados, desafían la roca y trepan hasta cumbres imposibles que ofrecen unas vistas espectaculares del entorno a modo de recompensa. Desde el llano y a la distancia, esas paredes parecen inconquistables. Esa dificultad intimidante es el rasgo que las vuelve atractivas para los escaladores que viajan de todas partes del mundo a probar su destreza.

Agradezco estar en Oliana. Es uno de esos lugares que uno conoce no por estar incluidos en los itinerarios armados para turistas, sino porque el azar lo lleva. Son rinconcitos del mundo preservados de la frivolidad plástica que propone la industria turística y que tantas veces estropea la experiencia de viajar o destruye con su exagerado artificio comercial lo que, de otro modo, exhibiría una natural belleza. Oliana, así como tantos otros pueblos, es la Cataluña profunda que despliega con sencillez todo el encanto de su tradición. Ofrece al visitante un panorama diferente que completa la visión espectacular de las grandes ciudades y su grandiosa oferta de museos, avenidas y monumentos.

Me pregunto dónde me encontrará el final de este año que comienza, si es que me encuentra. Y me digo que no importa donde sea. Hay ciertas fechas que piden una cuota extra de afecto. En el momento de cerrar el ciclo y abrir uno nuevo, se valoran como nunca los abrazos queridos y se extrañan las ausencias. Será en cualquier parte, en Oliana o en Montevideo. Ahora hay que empezar a escribir la historia personal e intransferible de este libro de trescientas sesenta y seis páginas en blanco que se abre hacia la fascinante promesa de un futuro siempre incierto.

La columna de Carmen Posadas Mañé
2020-01-15T15:00:00