Carta de la editora

La letra en la mesa entra

Publicado el 24.04.2024  - 4 minutos
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Por Carolina Villamonte Dewaele

“La gordura no se hereda. Se heredan las ganas de comer”, dijo una vez, tajante, una profesora de Biología en el liceo. Aquella afirmación fue tan clara y contundente como para que muchos años después algunos de sus alumnos sigan recordando sus palabras. Más allá de que existan genes susceptibles a la obesidad o con más efecto sobre el índice de masa corporal, era muy claro a lo que se refería. Hablaba de los hábitos de una familia, de cómo sus integrantes se relacionan con la comida, de la preocupación, o no, por comer sano y balanceado. Claro que hace más de 30 años, cuando aquella profesora daba su clase sobre genética, la sociedad era otra. Nadie pensaba en qué, cuánto o cuándo se comía, la cantina del liceo desbordaba de alfajores, snacks ultrasalados­ y golosinas de todas las variedades. No se conocían los conceptos de comida sana, ultraprocesados­, grasas trans o que los alimentos podían tener exceso de azúcar, de sodio o de grasa. La Coca­-Cola era una sola, común, y era un premio, siempre.

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