pionera de la historieta latinoamericana

Maitena: “Si vas a cancelar mi trabajo porque es de los 90, no tengo más para decirte”

Publicado el 25.01.2023  - 25 minutos
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Fotos: Adrián Echeverriaga

Por María Inés Fiordelmondo Blaires
@manefior

Las diez mujeres de diferentes edades paradas frente a una vitrina en el Centro Cultural Kirchner (CCK) de Buenos Aires se ríen con total complicidad pese a que no se conocen. Maitena se topa con la escena y no puede ni quiere contener las lágrimas. Curada por Liliana Viola y montada por Alejandro Ros, Las mujeres de mi vida es la primera exposición retrospectiva de la historietista que soltó los lápices —al menos profesionalmente— hace 16 años, después de más de tres décadas de crear humor gráfico a partir de la cotidianeidad del universo femenino. Dibujó cómics eróticos en la revista Sex Humor, creó Mujeres alteradas, tira cómica semanal de la revista Para Ti que fue publicada en medios de más de 30 países y traducida a 12 idiomas, ideó y publicó Superadas, una tira diaria de historietas en la sección de humor de La Nación, recopiló toda su obra en una quincena de libros, creó las clásicas agendas Maitena, escribió Rumble, novela autobiográfica que relata la historia de una niña —la sexta de siete hermanos— que crece en la convulsa Buenos Aires de la década de los 70 con una madre depresiva y un padre apenas presente. Pero recién ahora, a partir de las 7.000 personas que acuden por semana a la muestra que permanecerá abierta hasta mayo —con entrada gratuita—, cayó en la cuenta de la trascendencia de su obra. “Me empecé a encontrar en la calle con chicas que me decían: ‘Vos me hiciste feminista’. Siempre me emociono cuando lo cuento. Es muchísimo. Entendí que había pasado algo”.

Maitena creaba y creaba. Podía pasar 15 horas seguidas produciendo y trazando la misma manito de una viñeta 60 veces. Mucho tiempo para el trabajo, los premios, la fama, el reconocimiento mundial, y poco para la reflexión. Su trayecto como ícono del humor y la historieta latinoamericana no empezó por vocación, sino por necesidad, como ella misma explica en una de las paredes de las ocho salas del museo: “Madre soltera a los 17, salgo a buscar trabajo sin saber hacer otra cosa que dibujar con algo de chispa. Descubro que eso que me sale fácil puede ser un oficio. Y me lo tomo en serio”. Sentada en un sillón de su casa en La Pedrera, Maitena evoca ese comienzo y deja entrever que, en realidad, fue mucho menos lineal. Hubo necesidad, pero también un alto componente de rebeldía. “Cuando fui madre, a los 17 años, estando en la secundaria, mi madre me dijo: ‘No vas a hacer nada. No vas a poder estudiar, no vas a poder trabajar, y nadie se va a querer casar con vos, te arruinaste la vida’”. Y la respuesta de su padre ante el anuncio de su embarazo no fue más alentadora. “‘Pensé que eras más inteligente’. Fue lo único que me dijo. No me preguntó ni de quién estaba embarazada. Nada”, cuenta a Galería. Si sus padres aplicaron la famosa técnica de la psicología inversa —y con total éxito—, ni ella ni nadie lo sabe.

“Estoy en la playa, mandame un mail”, dice Maitena a Galería del otro lado del teléfono. Unas semanas después, a la hora de la entrevista espera sentada en un banco en el porche de su casa frente al mar. Adentro, dispuestos en la mesa ratona aguardan unos brownies y una torta de ricotta y frutos rojos elaborados en la confitería en la que media hora atrás merendaba junto con su nieta Luisa (de 8 años), quien pasa un mes de cada verano con ella en el pueblo. La favorita, le dice, aunque es la única nieta que tiene y tendrá, asegura. Es por Luisa que pasa la mitad de su año en Buenos Aires y la otra en La Pedrera. “Estoy segura de que a los 12 ella ya no va a querer pasar los fines de semana con la abuela como pasa ahora. Pasa conmigo los sábados a la noche; nos vamos a caminar por Corrientes, vamos al teatro, a comer pizza, al cine. Ella desde el miércoles le pregunta a la madre cuánto falta para el sábado. Nos adoramos”.

Durante más de 30 años hizo lo que pudo. Ahora, hace lo que quiere. “Un día me planteé qué estaba haciendo de mi vida y cómo quería vivir. No me interesaba tener más dinero, y más y más. Se habían vendido dos millones de libros, podía decir ‘planto acá y llevo una vida más simple’. Es lo que hice y no me arrepiento”, cuenta con un acento que de tan porteño parece napolitano. La Pedrera tuvo mucho que ver. Fue su exesposo, padre de la menor de sus tres hijos —de 42, 40 y 23 años—, quien la llevó hace más de 20 años. “Él traía a todas las novias acá, pero yo fui la más loca porque lo hice comprar un terreno. Mi hermana es arquitecta e hicimos una casa, después la vendimos y nos hicimos la casa más grande en la playa juntos, vivimos ahí 20 años, que fue genial. Vine con él, se lo agradezco siempre. ‘Yo te di una hija pero vos me diste La Pedrera’, le digo”.

Y fue en el pueblo de pescadores de no mucho más de 250 habitantes donde empezó a sentir incomodidad con la fama y agotamiento intelectual. “Tuvo que ver con este lugar, con la vida acá, con darme cuenta de que me gusta pasar bien, y que no necesitaba trabajar tanto”. Hoy, a sus 60 años, entiende que no hay mayor lujo que ver el amanecer sobre el mar o mirar la vía láctea antes de acostarse; instantes de magia que cambian su forma de estar en el mundo, dice en una etapa en la que se reconoce mucho más reflexiva que graciosa.

¿Cómo compararía la versión de Maitena de La Pedrera con la de la historietista exitosa de Buenos Aires?

Lo que tiene la fama, que yo tampoco es que soy Susana Giménez, es lo que te pasa a vos como personaje. Hay una parte tuya que se transforma en ese personaje y que te parece que tenés que sostener. Estar siempre bien, siempre graciosa, siempre con buen humor, buena onda, siempre arreglada. Es un poquito incómodo. A mí me gusta llorar por la calle si tengo ganas o sentarme en la puerta a fumarme un pucho en un escalón. Hacerme amiga de la gente, hablar con desconocidos, eso se pierde. La gente me hablaba porque era Maitena, pero yo toda la vida había hablado con la mina que me encontraba en el baño de un bar; mis historietas están llenas de eso, de escuchar a la gente, es lo que más me gusta, y eso se pierde. La fama te aleja del mundo de alguna manera, te pone en otro lugar. Y eso no me gustó. Yo no tengo mucho que ver con eso. Y acá en La Pedrera yo me siento cómoda, siempre. Me levanto a la mañana y me siento en la escalera con el té, no me importa estar en pijama. La gente está relajada. La Pedrera es un lugar donde creo que soy mi mejor versión. Más tranquila, más relajada, más buena onda, más simple, menos graciosa tal vez, menos inteligente, menos brillante. Tampoco tengo la idea de producir y hacer cosas. ¿Qué proyectos tengo? Ninguno.

Hay una cultura de la productividad muy fuerte, y se asocia mucho esta idea de mantenerse activo con la lucidez y la salud. ¿Se siente presionada por el entorno?

Al mismo tiempo es una idea de productividad comercial. Yo soy productiva, soy una hormiga, no paro, hago miles de cosas. Tengo una casita que alquilo acá al lado que era el garage de esta que la arreglé yo, la hice toda de nuevo. Tengo ahora dos inquilinas. No paro. Trabajo en Ni una Menos, dibujo para causas sociales, doy charlas en colegios, siempre estoy haciendo algo. Lo que no hago es algo productivo que se venda, que se vea, entonces parece que no hiciera nada, porque es lo que se considera hacer algo. Después de la novela (Rumble) escribí tres novelas más que abandoné, no las terminé. Una me llevó tres años, otra cuatro, pero a mí me sirvió el tiempo de estar escribiendo. Escribo sobre materiales autobiográficos, entonces también fueron cosas de mi vida que estuvo buenísimo atravesarlas, pensarlas, ponerlas en palabras. Y la cantidad de libros que tuve que leer mientras estaba escribiendo. Con Rumble me leí 60 libros escritos en la voz de un niño o adolescente, y me encontré con niños fabulosos. Entonces estoy reproductiva, que no lo comercialice es otro tema.

¿Sobre qué tratan las novelas que no publicó?

Una es la continuación de Rumble, que podría trabajarla y terminarla, hay que ver si tengo las ganas. Otra es de la época de la maternidad, que es más ficción, de una madre con un hijo chico. Y la otra es un delirio (se ríe). Les digo a mis hijos que ellos la van a publicar cuando yo me muera. “¡Obvio!”, me dicen. No las publico porque no me parecen buenas, me parece que les falta mucho trabajo. Escribo todo el tiempo, necesito escribir porque es mi manera de entender todo. Y dibujar también. Capaz publico alguna novela en algún momento, si está buena. Tengo dos, tres amigas editoras en las que confío mucho y si me dicen que les falta, es que les falta. El mercado editorial es salvaje, les importa lo que vende. Pero yo soy exigente conmigo. Hay muchos libros en el mundo, y mucho libro de mierda. No hacen falta libros malos. Creo que cada libro que se publica tiene que ser bueno. El año pasado lo pensé, y me agarró la muestra y me llevó por delante, me dio vuelta la vida. Van 7.000 personas todas las semanas. Es gratis, en un lugar donde me dieron todo lo que yo soñaba. Yo no quería hacer esas muestras que entrás y ves 30 cuadritos con marquitos en una sala, que te dan sueño. Dije que había que hacer un dispositivo de lectura. Invitar a la gente a leer en 2023 es un delirio, y la gente va y lee, se pasan tres horas leyendo, es hermoso. Nadie lo puede creer, nos sorprendió a todos la aceptación del público, lo que sucede.

¿Qué es lo que más le sorprende de lo que pasa en la muestra?

Varias salas tienen murales gigantes en las paredes y una vitrina con una bajada teórica con temáticas como patriarcado, monogamia, palabras que no están en mis historietas, está el hecho, pero no el marco teórico. De repente ves 10 minas alrededor de una vitrina que no están juntas y no se conocen, riendo juntas. Eso me hace llorar. Es muy lindo lo que pasa en la muestra. Alucinante. Eso es lo que a mí más me conmueve, las historias de vida, las cosas que me cuentan. Veía venir que algo pasaba. Yo dejé de trabajar y no sentí que había aportado algo importante al mundo. Nunca creí mucho en todo lo que pasaba. Siempre tuve un poco de síndrome del impostor, hasta que vi la muestra. No entiendo cómo pasó todo lo que me pasó, porque no terminé el secundario. No sé, pasó, me tocó la varita. No solo tengo el síndrome del impostor, sino que reunida con intelectuales siempre me siento idiota, que no llego.

Igual, es verdad que mirando mi trabajo, haciendo un análisis, sí encuentro que había algo que yo tenía que no lo veo en otros humoristas: hijos. Hay mucho humor de mujeres, pero yo tenía un familión. Hablé mucho de la vida doméstica de las mujeres, que creo que no está tan transitada en el humor. Como madre me parece que está muy atravesado por esa experiencia, que es la gran experiencia de mi vida, ser madre. Siempre quise alejarme de esa idea porque me parecía re-Susanita decirlo, pero la verdad que fue la experiencia más importante de mi vida, porque fui madre muy joven, después fui madre grande, y porque son mis hijos y modificaron toda mi vida. Yo estaba acá y dejé de vivir acá porque mi hija iba al secundario en Buenos Aires. Y ahora tengo a mi nieta y me doy cuenta cuánto me importa. Hay algo mío muy Susanita. Me hubiera gustado ser Mafalda pero soy Susanita, ¿qué querés que haga? No me siento Mafalda.

Montó su primera exposición 16 años después de haber dejado su trabajo como historietista. ¿Por qué ahora?

No me la habían ofrecido, y yo fantaseaba, era una ilusión que tenía. Y como soy una loca obsesiva, guardé todo. Las 2.500 páginas y todos sus bocetos en cajas, carpetas, un quilombo de estudio que mudé varias veces en mi vida. Ahora en mi casa me hice un archivo. Acá (en La Pedrera) no hay nada porque el papel se arruina con la humedad. Son una hermosura los originales, ahora los veo así, antes no. Son piezas muy delicadas, muy lindas de ver. Los había guardado y después me olvidé. Dije: “Ya está, yo me borré, no te dan más bola”. Asumí que se había acabado. Ahora me llaman y me ofrecen esta muestra que fue genial. Pero algo pasó antes. En los últimos años de lucha por el aborto legal que trabajé con Ni una Menos, en todas las marchas me empecé a encontrar en la calle con treintañeras que me decían: vos me hiciste feminista. Siempre me emociono cuando lo cuento. Es muchísimo. Fue entender que había pasado algo. Ahora me parece mucho todo eso que pasó. Yo nunca tuve esa intención.

¿No se consideraba feminista cuando hacía las historietas?

Me consideraba feminista, pero mirá, justamente buscando material para la muestra encontré una nota en la que yo decía: “Soy feminista pero no me gusta decirlo”. Y era verdad. Me tildaban de feminista de una manera peyorativa. En España me decían: “Su humor es muy bueno, pero un poco feminista”. Eras feminista y odiabas a los hombres y no cogías hace seis años. Pero siempre fui feminista.

Viniendo de una familia cristiana, de derecha, ¿qué despertó el feminismo en usted?

Mi madre, pero indirectamente. Pobre madre. La idea de ver cómo mi madre no tenía las mismas oportunidades que mi padre. Mi padre era ingeniero y mi madre era arquitecta. Mi padre tuvo una carrera brillante y mi madre se dedicó a criar siete hijos. Y terminó loca. No es difícil volverte loca si eras una persona que quería ser arquitecta, profesional. Mi madre además era de clase media-baja, inmigrante polaca. Para ella fue muy difícil ir a la universidad, se hizo arquitecta, creyó que iba a cambiar de mundo y se quedó en una casa criando siete niños. Nunca pudo trabajar, nunca pudo desarrollarse, nunca pudo tener la vida que hubiera querido. Siempre estaba cocinando, limpiando, peleándose con mi papá que venía tarde. De chica no me lo cuestionaba. ¿Y por qué mi papá puede salir y ser ingeniero y tener una vida, y mi madre está acá planchando?

¿Cuándo se lo empezó a cuestionar?

Cuando fui madre, a los 17 años, que además mi madre me dijo: “No vas a hacer nada, te arruinaste la vida”. Estaba en la secundaria. Me dijo: “No vas a poder estudiar, no vas a poder trabajar, y nadie se va a querer casar con vos, te arruinaste la vida”. Un poco pensando en ella dije no, yo voy a hacer todo lo que se me dé la gana. No me quedo con eso que me estás diciendo. Y no me quedé.

Curadores Liliana Viola y Alejandro Ros

Curadores Liliana Viola y Alejandro Ros

¿Qué tanto hubo de querer desmarcarse de su familia? Su padre fue ministro durante la dictadura argentina y usted a los pocos años estaba dibujando historietas eróticas.

Siempre me desmarqué de mi familia. Desde la adolescencia. Como yo soy la sexta de siete hermanos, tuve la suerte de que no me educaran. Porque educan a los más grandes. Los mayores están llenos de fotos, ropa divina. Los siguientes aparecen de casualidad en brazos de alguien en una foto grupal.

¿Qué le pasó al reencontrarse con sus 30 años de obra para montar la muestra?

Una cosa que pasó fue ver trabajos míos de hace 35 años y darme cuenta de la coherencia intelectual. El arco de intereses siempre era el mismo. Las mujeres, la injusticia de las mujeres, la diferencia que hay entre la vida de los hombres y las mujeres. Lo vi muy chica porque tenía una hija a mi cargo y veía cómo los demás estudiaban y yo tenía que ocuparme de todo, era mucho más difícil. Pero el mundo era así. No es que lo tenía tan claro. Yo también aceptaba que el mundo era así. Que todos los directores de las revistas eran hombres, que todos los dibujantes eran hombres, que todas las historietas que había leído en mi vida eran dibujadas por hombres. Nunca se me había ocurrido dibujar historietas porque no me sentía habilitada.

Después me pasó también, mirando mi trabajo de hace 30, 20 años, de darme cuenta de que el mundo cambió y que ideológicamente había cosas mías que hoy atrasan. Hoy Mujeres alteradas atrasa. Jamás hago publicidad de mi libro. Tengo un Instagram y jamás subo “comprá mi libro”. Atrasa. Comprate otro, algo nuevo. Es una cuenta de fans y de feminismo.

Todo esto que dice que atrasa, ¿se descartó de la muestra?

No, eso fue interesante. Yo enseguida dije: esto no va, esto tampoco, y empecé a sacar páginas. Hablando con Liliana Viola (curadora de la muestra), lo que ella dijo fue que para entender dónde estamos, está bueno saber de dónde venimos. Es parte del desarrollo de las cosas. Leo ahora Mujeres alteradas y hay gordofobia cultural. Están las mujeres hartas de hacer dieta, criticando la dieta, pero con una postura de que hay que hacer dieta, hay que disimular la panza. Hay que... Enojadas con esa idea, pero sin dar el paso siguiente, el de ahora, que es: soy gorda, ¿cuál es tu problema?

Entre la cultura de la cancelación y la corrección política, no parece fácil hoy en día poner eso en perspectiva.

A mí culturalmente me chupa un huevo, para decírtelo de manera fina. Me parece que mirar el pasado con anteojos del presente es de un tamaño mental… Parate ahora y esperá 30 años, y de lo que estás haciendo y diciendo ahora te van a decir: ¿cómo estás diciendo eso, mirá lo que hacías? Creo que yo tiré muy buena onda, cosas para pensar, que estaban buenas. Incluso del cuerpo. Mostraba a la mina harta de depilarse. ¿Y cuándo se van a usar los pelos? Ya se usan, pero eso pasaba en los 90. Si vas a cancelar mi trabajo porque es de los 90, bueno, no tengo más para decirte. No podés ver cine tampoco. Obvio que hubo gente brillante que lo tuvo claro siempre. Felisberto Hernández, sin ir más lejos. El año pasado, en pandemia, me compré sus obras completas y me las leí enteras, todas juntas. Es extraordinario, me voló la cabeza. Pero tiene un cuento, del 40, del 50, donde habla de una profesora de piano que tenía que era gorda. Dice: para todos es la Gorda, es lo primero que se dice de ella. Y quedan anuladas otras características de ella porque es gorda, cuando es una persona con un montón de cualidades. Eso es un pensamiento muy moderno para alguien del 40, porque la mayoría de los autores que leemos de esa época eran gordofóbicos.

¿Ha estado peleada con su obra?

Sí, estuve peleada hasta que hice la muestra. Decía: no, mirá las cosas que hacía, todas desesperadas por una dieta, preocupadas por si tienen el brazo gordo, qué pelotudez. Bueno, venimos de ahí. Algunas quedaron en la muestra pero enmarcadas dentro de cómo cambió el mundo, como un desarrollo de ideas que fueron cambiando.

Maitena junto al equipo de artes visuales del Centro Cultural Kirchner

Maitena junto al equipo de artes visuales del Centro Cultural Kirchner

¿Qué lugar ocupa hoy el humor en su vida?

Es mi manera de ser, no sé qué lugar ocupa. Siempre prefiero tomarme todo con humor, no lo logro siempre, pero para mí es fundamental. Y en esta época lo que más extraño es reírme. Hace mucho que no me río mucho. Hubo épocas de mi vida en que me reía más. Me río menos, incluso cuando estoy entre amigas.

Es curioso porque dice que esta es su mejor versión.

Sí, pero viste eso de reírte con tus amigas, cagarte de risa. Me río menos, y lo extraño. Y esas veces que pasa que hay un reencuentro y nos reímos mucho, me siento bendecida, como si hubiera tomado una droga maravillosa. Eso lo extraño. Quino decía que los humoristas con el tiempo nos ponemos menos graciosos y más reflexivos. Y es verdad. Yo soy más reflexiva ahora que de tomarme las cosas con humor. Y esa frase que él me dijo hace muchísimos años también la tomé en cuenta cuando dejé de trabajar, porque noté que mi trabajo era menos gracioso y más reflexivo. Superadas, que salía en La Nación, era menos gracioso que Mujeres alteradas. En Superadas había humor, pero era más duro, con más ironía, más reflexivo. Tenía razón el viejo, en todo. Para mí el humor tiene que ser divertido, a mí me gusta que me haga reír.

¿Encuentra humoristas mujeres que sean una especie de actualización de su obra?

Me encanta Flavita Banana, o Catalina Bu. Todas abrevaron de mí, y me da una emoción. Les escribo los prólogos para los libros. Todas me piden prólogos. En el caso de Flavita, me parece extraordinario, su humor es diferente al mío, pero cuando tuve que analizarlo para hacerle el prólogo, me di cuenta de que tenemos el mismo sistema de pensamiento. Y me dice: claro, mami, si fuiste mi madre. Lo de ella es gracioso pero durísimo, oscuro.

Si hoy tuviera 20, ¿le gustaría hacer humor?

Por suerte no tengo. Creo que la mayor dificultad de hacer humor hoy con 20 años es la corrección política, enemiga del humor. Y con esto no quiero defender la idea de que te podes reír de cualquier cosa, pero escribir chistes pensando en no hablar mal de nada es imposible. Yo creo que, como dice (el escritor francés) Raymond Quenau, el humor es una tentativa de limpiar de estupideces a los grandes sentimientos. La segunda dificultad son las redes sociales, que habilitan a que cualquiera te insulte por pensar diferente. Entiendo que no todo el mundo va a pensar como vos, pero de ahí a que te escriban en el feed ‘ojalá te mueras’, como me pasó en la época de la ley del aborto, hay un camino muy grande.

En sus historietas retrató mucho la disconformidad de las mujeres con su imagen con el paso del tiempo. ¿Cómo lo vive?

En este momento estoy muy contenta, muy amiga de mi imagen y de cómo estoy. Hace 10 años todavía me importaba que estaba dejando de ser joven, me ponía un poquito de botox, y alguna cosita, y la peluquería. Estaba enamorada de alguien muy joven. Muy joven, pero pasó (risas). Ahora la verdad me siento bien, tengo 60 años, estoy vieja, cuando tenía 20 me decías alguien de 60 y te decía vieja, cuando tenía 30 me decías alguien de 60 y te decía vieja. Y ahora que tengo 60, bueno, soy vieja, ya está. Yo creo que el paso del tiempo cuando tenés hijos lo ves más claro. Ves cómo crecen ellos, te das cuenta de cómo es la juventud. Tengo hijos de 40 años, y me gusta. Desde hace un par de años me da alivio ser vieja, como que no tengo que ser joven. Llegó un momento en que ser joven ya era un esfuerzo. Te estás armando para parecer joven, un trabajo. Cuando dejás ese trabajo, ya está, y es un alivio enorme verte como sos, levantarte de mañana, lavarte la cara un poquito. Por más que hagas lo que hagas, la batalla contra el tiempo es una batalla perdida. Tendrás la cara bien, ¿y el culo? Tendrás el culo bien, ¿y el codo? Siempre habrá alguien que diga: ah, pero mirá el codo. Mi nieta me pregunta si tengo espejo largo y no, ¿para que? Tengo hace 15 años esta pollera, ya sé que me queda bien, no necesito verla.

Esa idea de la no seducción. Yo no seduzco a nadie, si cae alguien en la red, vemos, pero no hago el menor esfuerzo por gustar a nadie, y la verdad que es muy cómodo. Me siento muy bien con la edad. No quisiera ser más joven, está bien. Es bastante sabia la vida. Las cosas van pasando y cuando pasan, ya no querés que pasen de vuelta, ya las agotaste, ya están. Ya no tengo ganas de comerme el mundo. Tengo ganas de pasar lindo, es lo único que me importa. Sobre todo si no tengo la exigencia de trabajar, de conseguir dinero. Soy una persona sencilla, voy a estar bien con lo que tengo. El amor para mí es eso, esto que pasa a esta edad donde cobran otro valor los amigos, la familia. Hay gente que dice: “Yo a mis hijos siempre los amé”. Yo también, pero los amo más ahora. Los veo más como personas, como adultos. Tenés que tener tiempo para entrar en la vida del otro y ayudarlo, no es comer juntos cada 20 días. También hay una sensación de ser la vieja sabia de la tribu, porque me piden consejos, me cuentan cosas, y me gusta. Me parece que es una etapa superlinda la de poder aconsejar con toda la visión de todo lo que has visto, también desde lo profesional.

Después de haber tenido tantas parejas, ¿se resignificó su idea del amor?

Me enamoré seis veces. Que me parece un montón. Las seis veces me convertí en una boluda, cambié mi cabeza. La idea de la pareja hace tiempo se resignificó. Sobre todo después de mi última pareja, después de 19 años, que es un montón. Y así es como está el mundo: no convivencia, no monogamia es el secreto de una pareja si querés que sea duradera, larga, madura, estable.

Fidelidad, monogamia, no funciona ese formato, realmente no funciona. La gente que defiende la monogamia me parece hipócrita, ¡porque alguno de los dos tiene amante! Además es algo que te puede pasar (tener un amante), y puede ser que no se destruya tu pareja, ni el amor, pero si te tiene que pasar que te pase, qué sé yo, ya está. No por eso destruir toda una pareja que venía bien, y la familia, porque tuviste un amante, tampoco es tan importante. A mí me gustaría pensar en el amor sin demandas, en el amor sin exigencias, pero es muy difícil, las dos personas tienen que estar en el mismo eje, entendiendo el amor como algo que pasa entre dos personas, que las hace especiales y que están para el otro sin condiciones, ¿cuál es la condición?, ¿vivir juntos?, ¿ser fieles? ¿Cómo hacés 30 años de tu vida? ¡Un disparate! Hay gente que le pasa y lo vive bien. No es mi carácter.

***

Durante la entrevista alguien llama a Maitena desde la puerta con un golpeteo de manos. La dibujante y escritora avisa que está “reocupada”. Al rato, su nieta y una amiga entran a la casa a buscar algo y salen a las corridas. El perro de Maitena, tan inquieto como su dueña, pasa sus días deambulando por el pueblo, con el justo y necesario acto de presencia: comida, mimos y a seguir callejeando.

Hace tres años, cuando se independizó su hija menor, empezó a vivir sola por primera vez, y le encanta. “Siempre hijes, pareja, casas grandes con mucha gente, mucho ruido. Sé que parece una boludez, pero vivir sola ¡es lo más! Estoy en llamas. ¿Sabés lo que es el invierno acá? Prendo la estufa, veo el amanecer, me voy a la cama un rato, prendo la pava, te ponés a leer a cualquier hora, es la vida más linda del mundo”. Igual, dice que vive a las corridas. “¿Cuándo es la edad en que uno está tranquilo? No paro nunca”. Aunque no tiene proyectos, asegura que le encantaría escribir un libro sobre su madre, una reflexión feminista a partir de los hechos, de su vida. Ahora, disfruta del mes entero con su nieta. Más adelante, habrá que encontrarle un nuevo sentido a la rutina: “La vida no tiene sentido, hay que inventar uno nuevo cuando se acaba. Tal vez inventando sentido en algún momento, toque hacer el libro de mi madre”.

Personajes
2023-01-25T15:23:00

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