Publicista y escritor

Claudio Invernizzi: "La disciplina no es un castigo, sino un ejercicio de coherencia y tranquilidad"

Publicado el 12.10.2022  - 6 minutos
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Fotos: Adrián Echeverriaga

Por María Inés Fiordelmondo Blaires
@manefior

Nombre: Claudio Invernizzi  Edad: 65 Ocupación: Publicista y escritor. Señas particulares: pone flores en su escritorio cuando escribe; cuando sus hijos eran chicos, los hacía dormir recitándoles poesía clásica española; le gustan los buenos perfumes.

¿Qué tienen en común la escritura y la publicidad? Creo que se piensa de un modo diferente y en el caso de la literatura las exigencias del lenguaje son mayores, y el lenguaje se vuelve insondable. La publicidad tiene un lenguaje muy acotado en términos de palabras y visuales. La búsqueda en publicidad a veces se vuelve tan intensa porque los recursos que tenés son pocos, no en un sentido económico sino en materia prima creativa. 

¿Cuál es la broma más pesada que le han hecho, o la que más recuerda? Soy un buen receptor de bromas. A veces me agotan por falta de ingenio. Por ejemplo, reparar en mi nariz para hacerme bromas es un hecho tan evidente que no guarda significación alguna. Las primeras eran de recibo, el resto se vuelven intrascendentes. Me divertiría mucho que alguien me sorprendiera, lo disfrutaría una enormidad. 

¿Se ubicaría más en el lugar del que hace reír o de quien se ríe del humor ajeno? Soy un gran admirador de la gente con humor. Digamos que yo me reconozco en el marco de una simpatía genuina, y a veces es probable que diga cosas que despiertan cierta gracia sin que yo me lo proponga. Pero admiro el ingenio, disfruto el ingenio, disfruto la gente con humor y creo que una de las cosas buenas que trajeron las redes es el humor ingenioso. El ingenio me puede. Tuve la suerte de ser el más aburrido de mis amigos. Siempre vi al resto de mis amigos con más ingenio que yo y lo disfruté muchísimo, me supe ubicar, los disfrutaba con una enorme tranquilidad.

Tiene cuatro hijos varones, de entre 17 y 24 años y todos miden más de 1,90, como usted. ¿Se prestan la ropa? Todo, sí. Hay una especie de comunidad que me la hicieron ellos, porque yo no la tenía en mis proyectos de vida. Ellos me fueron enseñando que la ropa es de todos o es de nadie. Mi armario provee de ropa a mis hijos, y hace poco tiempo empecé a entender el juego y el armario de mis hijos provee ropa a su padre. Es muy divertido. Curiosamente los gustos por la ropa son parecidos. 

¿Gustos por la ropa, y por algo más?Tenemos discrepancias. Mi hijo mayor es hincha de Peñarol. Yo soy bolso. Los otros son bolsos sin ser hinchas fanáticos. Sí compartimos el gusto por la música. Ellos tienen un gusto muy ecléctico, escuchan música de los 60, de los 70 y yo trato de escuchar la música que ellos escuchan. Siempre terminamos escuchando lo que escuchábamos cuando se empezó a perfilar nuestro gusto. Pero en el trayecto vamos descubriendo música inesperada, impensada, que no existía, fusiones. Compartimos Spotify y yo me encuentro con cosas que verdaderamente me gustan. 

¿Tiene algún placer culposo musical? Cuando tenía 15, 16 años no podía decir que escuchaba Sandro. Y ahora es muy trendy decir que uno escucha Sandro. Me pasaba lo mismo con Leonardo Favio. Y el tercero es Roberto Carlos. Me lo habilitó el propio Caetano en un recital que tuvo acá, cantó una canción que Roberto Carlos le había hecho a él, y dijo: me la dedicó el único rey que tuvo la música de Brasil.

¿Es cierto que lo detuvieron de niño por romper vidrios en Playa Verde? Me acuerdo de la casa y de quiénes eran. Gente que después conocí y logré pedirles disculpas cuando ya tenía 40 años. Era muy niño. Tenía un amigo queridísimo allí, Román Arregui, que falleció después y en aquella época, en Playa Verde en invierno, hacíamos cosas que hacen los niños en esas escenografías solitarias. Pero no era un niño cruel. A veces me salían esas cosas incontrolables. 

Va al gimnasio todos los días. ¿Qué lo motiva? Empecé hace 24 años. Era un gran fumador, nació mi hijo Octavio y dije: “Algo tengo que hacer, porque si no cuando él tenga 12 o 15 y me pida para subir al cerro Pan de Azúcar, voy a tener que ir con un tanque de oxígeno al lado”. Y después me transformé, como tantos, en un endorfínico dependiente. Hago un poco de sala, trabajo con peso. Soy bastante disciplinado con eso. Me cambia la cabeza, me alerta la lucidez que me va quedando. 

Para escribir, ¿también se considera disciplinado? Escribo todos los días, soy muy disciplinado. Toda mi apariencia es como de que no, pero es parte del engaño que monté para mi vida. Después sorprendo. 

¿Exige la misma disciplina a quienes lo rodean, como sus hijos o quienes trabajan en su agencia? No. En el caso de mis hijos, no los oriento para ningún lado, pero naturalmente ellos van entendiendo el camino de la disciplina no como un castigo, sino como un ejercicio de coherencia, de tranquilidad contigo mismo. En la agencia jamás apliqué un criterio vertical. No tengo esa cosa ortiva que tengo conmigo mismo, ni loco.

¿Qué tiene que tener su plato de comida ideal? Sea lo que sea que vaya a comer, no podrían dejar de haber aceitunas, ni negras ni verdes. 

¿Cuál es su lugar preferido de Montevideo? En términos de barrios, Palermo, Ciudad Vieja. En términos de puntos, hay un pesquerito, allí al costado de los clubes de pesca en la Ramírez. No soy pescador pero a veces me mando por ahí cuando quiero conversar un poquito conmigo mismo. 

Dicen que tiene buen gusto para los perfumes. Soy apasionado de algunas marcas, he convivido con ellas, tengo mis perfumes preferidos. Es otra de las cosas que compartimos con mis hijos. 

¿Le gusta bailar? No soy muy bailarín. Siempre tuve un sentido del ridículo un poco pronunciado por mi extensión física, pero si me tengo que largar a la pista, me largo. Y algún swing tengo. 

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