Digerir emociones
Por qué aparece y cómo se controla (o al menos reconoce) el hambre emocional
La industria de ultraprocesados y el estilo de vida moderno explican el impulso por encontrar consuelo y silenciar problemas con comida
Todos lo hemos sentido. Llega de golpe, sin aviso y no se va hasta ser cumplido. Es un impulso fuerte, casi una necesidad, y siempre le encontramos una buena razón. Que estoy triste. Que no tengo tiempo. Que tuve un mal día. Cualquier excusa es válida para correr a la cocina o al supermercado y conseguir el alimento (generalmente dulce) que -creemos- nos hará sentir mejor. Se compra, se muerde y se traga. Pocas veces siquiera se mastica. El cuerpo siente alivio, pero dura solo algunos minutos. Enseguida llega la culpa, el malestar y el clásico "¿por qué lo comí?". La pregunta tiene una respuesta y es el hambre emocional, un tipo de ansiedad que aparece cuando la comida se convierte en una forma de canalizar problemas y estados de ánimo. "Es como una ráfaga que avanza de repente y te hace sentir que no podés seguir haciendo más nada. Lo que buscamos es compensar la falta o el exceso de algo con comida porque es una recompensa rápida", explica la nutricionista Lorena Balerio.
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