El desafiante arte del journaling

Esto es para que no me olviden: mujeres que se valen del diarismo para dejar su mensaje

Hace 75 años se publicaba El Diario de Ana Frank; hoy, las mujeres siguen valiéndose de la escritura testimonial para dejar su mensaje
Publicado el 21.08.2022 10:00  - 16 minutos
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El desafiante arte del journaling

Por Milene Breito

El autoconocimiento se puede desarrollar a diario, y muchas veces no requiere otra cosa que tomarse un momento a solas para poder aterrizar sobre una hoja de papel todo lo que circula por nuestra mente. El diarismo es una práctica cada vez más extendida; consiste en registrar en un cuaderno desde pensamientos y emociones hasta lo último que se comió en el día, así como deseos, proyecciones y miedos, sin una receta única. Sin embargo, el arte de llevar un diario, también conocido por su palabra en inglés journaling, no se trata solamente de darse un momento para conocerse más, sino de poder plasmar parte del presente para dejar una huella en el futuro. La idea que hay detrás es simple: no ser olvidado.

Deseos de escritora. El 25 de junio de 1947 se publicó la primera versión del diario de Ana Frank bajo el título Het Achterhuis (La casa de atrás); un cuaderno con un enorme valor testimonial de la actividad antisemita durante la Segunda Guerra Mundial, escrito por una niña judía que pasó 761 días oculta con su familia hasta que fueron descubiertos por la Gestapo y enviados a los campos de exterminio, donde murió sin haber cumplido todavía los 16, a causa del tifus. Otto Frank, su padre y único sobreviviente de la familia, tiempo después pudo recuperar y publicar el diario de su hija Ana, para cumplir con su deseo de volverse escritora o periodista.

¡La mejor parte es poder escribir todos mis pensamientos y sentimientos! De lo contrario, me asfixiaría por completo.

El diario se lo habían regalado al cumplir los 13, y sin siquiera imaginarse que 75 años después de su publicación se convertiría en uno de los libros más leídos del mundo, escribió en su portada: “Espero poder confiarte todo, como nunca he podido confiar en nadie, y que seas una gran fuente de consuelo y apoyo. No quiero haber vivido en vano como la mayoría de la gente. Quiero seguir viviendo incluso después de mi muerte”. Y lo consiguió. Ana Frank llevó adelante el desafiante arte del journaling sin ponerle nombre a lo que estaba haciendo, “en secreto y a los trotes”, según Bettina Novarese, tallerista de journaling, lettering y diseño.

Sin que necesariamente sean situaciones extremas, los contextos de escritores y escritoras de diarios son muy variados. La tallerista subraya la importancia de sentarse a dimensionar lo que nos pasa y desafiarse a ponerlo en palabras.Novarese explica que si bien es necesario tomarse el tiempo de pensar sobre lo que se escribe, no hay una fórmula unívoca para contar la vida a través de un cuaderno. Para empezar, es muy poca la gente que escribe todos los días, por lo que no siempre es estrictamente un diario. Lo importante es entender que no se trata solamente de tomar notas, sino de desarrollar el hábito de expresar lo que se siente, y allí es donde más al desnudo nos mostramos. “Lo escondemos bastante. Hay algo de eso de leerlo cuando yo no esté. Guardamos una historia para algo, para alguien, para algún momento”, dice la tallerista.

La escritura a mano, si bien no es requisito para llevar un diario (imposible que lo sea en nuestros tiempos), no es un detalle menor. Se trata de un canal mucho más orgánico entre la mente que piensa, el corazón que siente y la mano que escribe. Por ejemplo, las emociones pueden notarse a través del temblor del pulso, y del tipo de letra, de si se pone o no fechas, del tono con el que alguien se dirige a sí mismo, de si dibuja, si incluye colores o qué diseño tiene la tapa. Con estas pistas se puede llegar a conocer mucho sobre alguien. No es casualidad que quienes se dedican al diarismo sean amantes de la caligrafía, de las texturas del papel, interesados en la fotografía y el arte, y enamorados de los productos de papelería. Muchas veces acompañan sus cuadernos con sellos, cintas decorativas, collages, fotos, algún recuerdo engrapado, o títulos enormes y coloridos.

Desde el bullet journal (organizador de tareas pendientes) hasta las páginas de agradecimiento, pasando por los diarios de emociones y la escritura libre, existe un formato de journaling para cada persona. En Uruguay son varias las mujeres que escriben para sí mismas, para registrar y no olvidar, para tener su propio canal de expresión y poder, a través del tiempo, mirar y mirarse.

¿Para qué escribo? “Me puse a pensar, ¿por qué escribo todos los días en esta agenda? Escribo todos los días para que cuando sea grande me acuerde de mi vida en sexto de escuela. Y capaz que si algún día a mi hija le pasa algo, yo leo lo que me estaba pasando y la puedo ayudar”. (2004)

Camila Diamant. Foto: Lucía Durán

Camila Diamant. Foto: Lucía Durán

Para la actriz y dramaturga Camila Diamant llevar adelante cuadernos personales la ayuda a conectar aspectos de su vida. Empezó de niña con un diario íntimo y hoy considera muy importante verse a través de los años, a través de la escritura. “Me hubiera encantado poder leer diarios de mis padres o abuelos y conocer sobre las cosas que los interpelaban a ellos en las distintas etapas de su vida. Si yo tengo hijos o nietos me gustaría compartir con ellos algunas de mis anotaciones, aunque hay que ver si les interesa”, contó a Galería.

A Diamant le causa gracia releer su primer diario, sorprendida de cómo mezclaba expresiones infantiles con otras muy serias, que según ella, seguro escuchaba por ahí: “¡Hola! Hoy me levanté, desayuné y fui a andar en bici. Comí y fui al aeropuerto a buscar a la abuela Dora que me trajo unas lapiceras de colores. He aquí lo peor del día: murió Liber Seregni, un político de gran importancia”. También se ríe de las observaciones que hacía: “Hoy arrancamos las clases de nuevo. Pila de gente se cortó el pelo”. Pero aunque Diamant disfruta de verse crecer a través de su torre de cuadernos, lo que hoy escribe no puede mostrarlo con tanta facilidad. Quizás, dentro de algunos años lo haga y también se ría.

En la práctica de escribir para uno mismo, además del autoconocimiento y la intención de que las diferentes versiones de uno trasciendan en el tiempo, también hay mucho de sanar y superarse. Moriana Hernández Valentini, que firma con su segundo apellido porque de su madre no se olvida, colecciona diarios desde hace más de 40 años. Es socióloga y activista feminista, y tiene 73. Si bien su hábito de escribir no es diario, lo hace cuando siente la necesidad de explicarse a sí misma. “¿Querés saber cómo está tu ánimo? Mirá cómo están tus plantas; secas y mustias como tu alma. Tristeza de domingo por la tarde: calles vacías y la transmisión del partido saliendo por las ventanas. ¿Te diste cuenta de que tu ropa interior está vieja? ¿Saldrás de compras? ¿Alguna relación con la vida sexual que planificás?”. (Hace aproximadamente 30 años) .

No le pasa con la alegría, pero el dolor, la bronca, la pasión, le reclaman la escritura como si fuese un santo remedio: “Anoche hice un arreglo de rosas para Fede (...) con hojas viejas, algunas pinchudas, algunas perfumadas, como él. Me hizo pensar en Fede como un ser global, bello, pinchudo… Sentí que era la primera ceremonia mortuoria que le hacía: llevarle flores al muerto. Saqué una rama que había puesto porque me diría: “Ay, mamá esa desequilibra el jarrón”. ¡Cuánto amé su creatividad plástica! ¡Cuánto lo amé!”. (Lo escribió 15 días después de que muriera su hijo mayor). Hernández piensa que con estos escritos podría acompañar a otras mujeres en su misma situación. Son cartas que escribe para sí misma, cuadernos enteros que le hablan desde que era adolescente, cuando todavía se enfurecía si su madre los encontraba. Hoy, siendo abuela de cinco, espera que lo hagan sus nietas o bisnietas hurgando entre sus papeles, “para que se agarren la cabeza y la panza pensando en su bisabuela, y tal vez aprendan algo de cómo fue una mujer de la segunda mitad del siglo XX y la primera del XXI”. 

Moriana Hernández. Foto: Lucía Durán

Moriana Hernández. Foto: Lucía Durán

Para la exdiputada Glenda Rondán las artes también son sanadoras, más bien liberadoras. Dice que aprendió a escribir a los tres años, y como tener un cuaderno de notas era una tradición familiar, empezó con su primer diario a los siete, durante sus primeras vacaciones en el campo, cuando sintió de más la falta de su madre que estaba en Montevideo. Recuerda que escribió un poema para un viejo y robusto ombú, en el que su padrino había construido una casa del árbol. A partir de allí registra todos los días sus estados de ánimo. Hoy, a sus 76 años, sigue escribiendo bajo la firma de “Bruja mayor”.

Asegura no ser tan extrovertida como la gente piensa y que hay cosas que no se comparten con el mundo, como sus diarios. Rondán tuvo cuatro hijos, pero perdió muchos embarazos, y entre los tiznes de su historia, también está la pérdida de uno de sus hijos en 2005. Murió un 20 de julio en un accidente doméstico con 38 años, y los 19 por la noche, Glenda nunca puede dormir. En esa vigilia durante la madrugada del 20 escribe, porque no puede hacer otra cosa, y escribir es catarsis para ella. “Todos y todas podemos hacerlo, no se trata de clavar un bestseller: se trata de sacar para afuera”.

Cultivar la vocación. Si no hay recetas únicas, no existen temas sobre los cuales no se pueda llevar adelante un diario. Hay mujeres para las cuales estos cuadernos personales funcionan como una herramienta más para volcarse de lleno a su vida profesional. Para Emilia Medina, un diario no es solamente para escritores o románticos empedernidos. Tiene 23 años y es licenciada en Educación Física, colecciona libretas y se siente en duelo cada vez que abre una nueva para comenzar a escribir. Durante su carrera el gran desafío siempre fue el proceso creativo a la hora de pensar en cada actividad del trabajo, y tras un tiempo de bloqueo en donde ninguna de sus ideas parecía convencerle, decidió salir a buscar alguna experiencia inspiradora. La cuestión era dónde. Empezó por explorar su propia historia: relatos de la infancia, archivos fotográficos, juguetes que decidió conservar por alguna razón, pero nada funcionaba. Hasta que un día llegó a sus manos El camino del artista, de James Cameron; un libro que comparte ejercicios de autodescubrimiento para rescatar la creatividad perdida, entre ellos, incursionar en las páginas matutinas. Esta práctica consta de escribir cada día tres páginas a mano de “estricto flujo de conciencia”, es decir, “desaguar” el cerebro. Así, Emilia comenzó a llenar libretas, desde hace cuatro años, cuando necesitó salir del pozo creativo. En sus páginas matutinas plasma una verborragia de pensamientos, frases inconexas y relatos, donde entre tanto “divague” y fluir de emociones, siempre nace alguna idea para su trabajo.

Ella es disléxica, pero gracias a la escritura, encontró la forma de hacer de su condición un gran proceso creativo: “Me cuesta parir palabras. Dislexia, eso le dijeron a mis padres. Le pusieron diagnóstico a mi incapacidad de no saber dónde van las “h”. Lo extraño es que me devoraba los libros. (…) No hay mayor dolor que cuando no te comprenden, y comencé a subestimar lo que leía, subestimé lo que escribía. Pero luego de 15  años me di cuenta de que no me cuesta parir palabras, solo me lleva un poco más de tiempo poner en orden la velocidad con la que pienso las cosas. Y empecé a encontrar belleza en lo que escribo. Lo más lindo de ser disléxico es la facilidad que tenemos de inventar palabras y hacer estallar de risa a la gente: ‘embalagué’, ‘hermitanas’, ‘subestinadas’, ‘chilangas’, ‘persecunista’ ".(05/11/2018)

Emilia Medina. Foto: Lucía Durán

Emilia Medina. Foto: Lucía Durán

Pero Emilia no es la única joven cuya profesión absorbió por completo a los cuentos de amores y desamores. Dulce Fontenla también tiene 23 años, es estudiante de Periodismo y escribe desde que era una escolar charlatana con la cabeza llena de broches de colores. Esa Dulce soñaba con ser guionista teatral o escritora de novelas, hasta que años después sintió que la realidad era mucho más atractiva que lo que su imaginación le proponía y orientó sus apuntes hacia otro lado: cada vez que ocurría algo que llamaba su atención, lo comentaba, y así comenzó a plasmar sus emociones sobre temas de actualidad, dándole un giro profesional a lo que sin lugar a dudas es también una forma de journaling: “Creo que es importante dejar un registro de lo que pasa y nuestras opiniones, aunque nadie lo lea. El mundo va cada vez más rápido y la escritura es lo que permite que nuestras percepciones perduren en el tiempo, aunque puedan cambiar con los años”. Cada año, por ejemplo, en sus notas del celular recuerda las fechas internacionales como el Día de la Mujer o de la Libertad de Prensa, porque “si las autoridades asignaron una fecha en el calendario para recordar algo, me gusta pensar sobre eso, para que el festejo no sea en vano”.

Con cinco o seis años tuvo un intento de diario tradicional; una libreta muy coqueta que guardaba bajo la almohada, pero en la que tampoco le parecía importante hablar sobre la maestra, las amiguitas o los chicos, y la abandonó más pronto que tarde. Si bien Dulce por ahora solo comparte su trabajo con su madre y su novio, en 2021 y después de darle varias vueltas en su cabeza, finalmente se animó a presentar una de las páginas de su diario a la convocatoria de la Conferencia anual del Día de la Libertad de Prensa de Unesco. Sin muchas expectativas, con ese fragmento Dulce fue seleccionada para representar a Uruguay en el encuentro en Namibia, y hoy, espera que esos pequeños recortes de la realidad que recopila —a los que llama sus “inicios”— inspiren a otros jóvenes a animarse a escribir, “para demostrar que se puede vivir de nuestras pasiones”.

Las notas de Dulce. Foto: Lucía Durán

Las notas de Dulce. Foto: Lucía Durán

Y es que si realmente se quiere escribir, siempre aparece la oportunidad. Daniela Bouret, exdirectora del Teatro Solís y licenciada en Historia, retomó el hábito que tenía de adolescente hace no mucho tiempo. Desde aquel diario de tapas doradas y acolchonadas —que con un candado le aseguraba a su yo de 15 años que nadie más que ella podría leerlo— no había vuelto a escribir, hasta que a sus 50 años la experiencia como directora del Solís la llevó a registrar todo lo que pasaba dentro del teatro, bajo el nombre de La Sala Oscura.

“Murió Delfi Galbiati: el último galán. La Comedia Nacional lo tuvo entre sus grandes artistas por casi cuarenta años, hasta que se jubiló hace casi tres. Como un privilegio en esto de trascender la muerte, Delfi dejó a su hijo en el elenco. (...) Hoy se hizo el velorio —como no podía ser de otra manera— en el foyer del Teatro. Este homenaje fue resultado de un debate (no siempre en el mejor de los términos): si bien el teatro no es una sala fúnebre, para mí hay personalidades que ameritan tener la despedida de su público aquí”. (12/03/2015)

En esta segunda etapa de journaling, Bouret saltó del plano emocional al laboral y de escribir en papel al sobrio formato de documento de drive, sin negar el encanto especial del primero, que con sus “dibujitos” o “anotaciones al margen” era casi “terapéutico”. Para su suerte, todavía conservaba el diario de los 15 cuando su recaída en el diarismo la llevó a despertar la curiosidad por lo que antes escribía. Se juntó con algunas amigas para volver a leer su diario y aquellas cartas que se enviaban en verano cuando se iba al Chuy a pasar las vacaciones. “Encontramos momentos dramáticos y angustiantes de los que hoy ya ni nos acordábamos. El diario habla un poco de eso, de aquello de que los días malos también pasan”.

El diario de Emma. Foto: Valentina Weikert

El diario de Emma. Foto: Valentina Weikert

Un cuaderno de sueños. Emma García, de 12 años, escribe Rainbow Emma’s Diario, un cuaderno de colores donde cuenta lo que siente en su corazón. El título del diario aparece tachado un par de veces; Emma intentó escribirlo más de una hasta que quedara “perfecto”, pero la desprolijidad de la hoja no parece preocuparla en la medida que “todos cometemos errores”, asegura.

Aunque cada página comienza con el clásico encabezado de “Querido diario”, el contenido de su cuaderno no es para nada tradicional. Auténtica y con un corazón enorme, Emma, además de hablar de sus amigos y maestras, lleva un diario de sueños. Allí escribe sus más grandes deseos, que cada tanto, le gusta repasar: Quiere ser maestra de arte y tener su propia galería. Casarse, tener tres hijos, cuatro gatos, vivir en Montevideo y además tener una casita de veraneo. Pero eso no es todo: el Rainbow Emma’s Diario tiene espacio para los sueños de todo el mundo. Algunas de las cosas que aparecen escritas a veces se las cuenta al viento para que las haga volar lejos. Por ejemplo, lo preocupada que se siente por los niños que no tienen juguetes, los bebés que nacen con problemas de nutrición y “esas millones de gentes” que no pueden dormir en una casa. Y como si se tratara de una especie de libro mágico, Emma escribe todas esas cosas en las páginas de su diario para que algún día y con la fuerza de su deseo, cambien.

Ella canta, baila, dibuja y escribe con su “propio estilo especial”, contó. Lo hace cuando está sola, siente que escribiendo puede expresar mejor lo que siente, pero no le molestaría que alguien encontrara su diario si promete jamás decir sus “secretos”. Y aunque no se lo mostraría a cualquiera, dice que confía en su papá. Cuando llene muchos cuadernos, Emma quiere ponerlos en una cápsula del tiempo junto con algunas fotos y su peluche favorito, Lamby, para que sus hijos puedan leer lo que vivía cuando era pequeña. Sus amigas de la escuela no llevan diarios, quizás, porque se perdió un poco aquella costumbre de regalar agendas, pero Emma tampoco quiere recomendarles tener uno. “A mí me gustan así, como son”, lo pone en términos sencillos. Y si bien para ella cualquiera podría escribir un diario, solo “tenemos que ser amables” con las formas en las que a cada uno le gusta expresarse. Una cosa tiene bien clara: si alguna de sus amigas le dejara leer el suyo, Emma juraría jamás contar sus secretos.

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2022-08-21T10:00:00