Lo que el calor nos dejó

Amores de verano: qué aprender de estos romances mágicos y cómo no caer en su trampa

Publicado el 28.01.2022 07:00  - 14 minutos
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Por María Inés Fiordelmondo

Los ojos verdes de Mateo, su voz naturalmente disfónica y hombros quemados por el sol reaparecen con una absurda nitidez en la memoria de Pilar cada vez que escucha la canción Somewhere Only We Know, de Keane. Pasaron 18 años de aquellas vacaciones en la playa, de aquel partido de volleyball en la arena en que lo conoció a él y a sus amigos, de las tardes de cartas entre bikini húmedo, torsos desnudos y el olor a coco del protector solar. Casi dos décadas de los fogones nocturnos, de las siestas bajo los árboles y de aquella noche sin luna y demasiadas estrellas, la del primer beso. Fueron siete días que de medirse por las profundas conversaciones y la cantidad de revelaciones sobre sí mismos y sobre la vida, podrían ser años. Ella, montevideana, tenía 17 años. Él, de Rosario (Argentina), tenía 19. Hubo promesas y una despedida ingenua. Nunca más se vieron. 

Fue un noviazgo perfecto, aunque no haya sido verdaderamente un noviazgo. Pero sí fue la historia de amor más efímera e intensa de sus 37 años de vida. 

Todos fuimos Pilar o Mateo alguna vez. Otros tantos lo están siendo en este preciso instante; estarán flotando en una historia de amor que parece perfecta, deseando detener el tiempo durante este día o noche del verano de 2022, sintiéndose protagonistas de un romance de cine de Hollywood. 

No es casual que haya tantas películas, libros y canciones inspiradas o dedicadas a los amores de verano. Por todas sus características, parecen merecedores de dichos homenajes. En general, son historias que de una u otra forma marcan a todo aquel que las haya tenido alguna vez. Mágicas, casi fantásticas, ideales. “En una relación de este tipo, de vacaciones, todo es muy fuerte, muy irreal. Muy de película. Muy como Hollywood nos dice que tiene que ser el amor”, apunta el psicólogo y escritor Gustavo Ekroth. Sin embargo, hay cosas que las historias de ficción no cuentan, o lo hacen solo las más realistas bajo el riesgo de desilusionar muchos corazones. Los amores de verano suelen tener todos los ingredientes para convertirse en historias de película y, de cierta forma, se parecen a ellas. Al igual que esos 90 o 120 minutos, o los días que lleva leer un libro o los tres minutos de canción, estos amores no solo tienen un final marcado y abrupto, sino que también suelen ser bastante irreales; de cierta forma, tramposos. Lo desafiante es, entonces, vivirlos y disfrutarlos sin quedar atrapado eternamente en sus redes. Ese es el obstáculo que Ekroth siempre percibe en su consultorio. “Mucha gente relata impresiones fuertes, como que ese fue su mejor amor y tiene muchos estímulos condicionados con respecto a eso, al lugar donde ocurrió, a determinados perfumes o temas musicales. La gente termina enganchada en eso que no termina de resolverlo bien, y tiene duelos que hasta arrastran a otras relaciones de pareja por una cosa que era muy sencilla, pero que a veces queda para toda la vida”.

Parecen perfectos e insuperables por una razón muy simple. Los amores de verano nunca cruzan el umbral del enamoramiento. No saben de rutinas, del paso del tiempo, de desgastes, de diferencias, de defectos, de peleas. En esa misma cúspide donde todo es magnífico se cortan. “Quedan cortados en lo más alto del vínculo, y por eso viene la dificultad en los duelos”, apunta Ekroth. Sobre ese punto, la psicóloga Silvana Sottolano agrega que estos romances “no llegan nunca a esa bajada que hace que uno se pregunte si es alguien para uno, si sus características comulgan con lo que yo quiero para una pareja estable”. 

Y así, en la cumbre del enamoramiento, es como quedan grabados en la memoria. 

Todo empezó una noche de calor. Hay que agradecer —o echarle la culpa— al verano. Lo dice hasta la ciencia: lo que sea que se necesite para enamorarse, durante el verano se potencia. Algo de esa energía veraniega ya se empieza a palpitar en los primeros días de calor. Las temperaturas altas y la luz solar generan varios cambios bioquímicos en el cerebro, que automáticamente se centra en el presente, ya que se liberan más endorfinas, dopamina y serotonina, hormonas asociadas a la felicidad. Los días más largos y la mayor incidencia de la luz solar también ayudan a incrementar la vitamina D, lo que tiene como consecuencia una mejora en el estado de ánimo, apunta la psicóloga experta en Psicología Positiva y directora del Centro Psicología Positiva Uruguay, Mariana Álvez Guerra. “Básicamente estamos en un estado emocional más feliz. Eso hace que estemos más predispuestos a compartir nuevas experiencias o sociabilizar un poco más”. No es poca cosa. Ekroth agrega que más horas de luz también aumentan la testosterona, conocida como la hormona del deseo y la atracción física, tanto en hombres como en mujeres. “Al cambiar la química del cerebro no se piensa en el ayer, ni en el mañana. “Estamos más dispuestos a experimentar el enamoramiento”, coincide. En resumen, el verano trae consigo toda una revolución hormonal. 

Pero Ekroth prefiere llamarlos amores de vacaciones. Es que más allá de la estación, estas historias por lo general ocurren en ese contexto. Y si al verano se le suman todos los componentes de las vacaciones, la combinación es explosiva. 

En vacaciones, dicen los psicólogos, todo es visto y vivido con otros lentes. “El verano es una época donde todos ponemos pausa a nuestros problemas. No importa lo que pase, vamos a estar más relajados, más dispuestos”, señala Álvez Guerra. Seguramente, el verano y las vacaciones lleven a las personas a sentirse y estar realmente en su mejor versión. A esto hay que agregarle que los amores de verano surgen generalmente en contextos nuevos, lugares exóticos o que incitan a la relajación y al disfrute. “Ahí se van a dar circunstancias donde obviamente vamos a conocer gente nueva que no estamos acostumbrados a frecuentar. Ya la novedad para el cerebro genera sorpresa y en ese estado de presente y alegría vamos a querer probar nuevas experiencias”, dice Álvez Guerra. En muchos casos son ambientes donde la persona no se siente conocida y tiene todas las posibilidades de “recrear una idealización que no se da en la vida cotidiana, cuando nos sentimos conocidos y conocemos el entorno”, acota Sottolano. 

La adrenalina de las vacaciones otorga un mayor sentido de la aventura; los riesgos se corren a ciegas, y no solo a la hora de tirarse de un bungee jumping. “En las vacaciones nos acercamos a personas a las que nunca nos acercaríamos en nuestra vida cotidiana, o hasta saldríamos corriendo de solo verlas”, enfatizó Ekroth.  

Calor, revolución hormonal, relajación, espontaneidad, extroversión, adrenalina, riesgos. Casi sin darse cuenta, la persona se embarca en un romance en el que mucho siente y del que poco entiende. Un amor de verano con todas las letras. ¿Y ahora qué?

¿Lágrimas de invierno? Jesse y Cèline solo caminan y hablan por Viena. Tan solo un día después de conocerse, cuando tienen que separarse, el nivel de conocimiento, química y complicidad que hay entre ambos es tal que la idea de seguir cada uno su rumbo parece insostenible y también dolorosa. Es muy probable que quien haya tenido un amor estival se haya visto reflejado en esa escena de Antes del amanecer, y en toda la película. En general, a diferencia de la película, estas historias se extienden por varios días, semanas o lo que duren las vacaciones. En todo caso, la fecha está marcada por un pasaje de regreso a casa, un retorno al trabajo, al estudio, a la rutina. Aún así, sabiendo que hay un fin, parece inevitable embarcarse. Y ese tiempo limitado es justo el que explica su intensidad. Está comprobado, dice Ekroth, que cuando dos personas se conocen en un aeropuerto o en una terminal, son capaces de contarse hasta lo que nunca llevan a la consulta psicológica. Lo mismo pasa con estos amores fugaces. “Le contamos a esa persona que de repente vive en Brasil algo que era un secreto, que lo sabía solo nuestro mejor amigo, o ni eso, pero se lo contamos. No es peligroso, vive en Brasil, pero de repente el amigo no lo sabe porque está con nosotros, nos puede censurar. ¿Eso qué hace? Que la otra persona también se abra y nos cuente cosas importantes”, explica Ekroth. Esa apertura es un factor muy clave del enamoramiento. “Se han hecho estudios importantes sobre qué lleva a que alguien se enamore de otra persona, y lo más importante es que sabemos muchas cosas de esa persona. Se han hecho experimentos con 36 preguntas para hacer, y entre quienes se las realizaban y respondían surgían corrientes afectivas, un fenómeno emocional que si no se hacen estas preguntas, no ocurre”, añade el psicólogo. 

Lo contrario sucede cuando dos personas tienen una cita en su ciudad, donde la cautela tiene su lugar a la hora de hacerse preguntas y abrirse. 

Además, el contexto en estos romances es “muy perfecto”, apunta Álvez Guerra. No hay horarios ni responsabilidades, “te olvidás del mundo por unos días”. “Si no estás preocupado de pagar la luz, el alquiler, tenés más disposición para divertirte, caminar, hablar de temas profundos. Todo es maravilloso. Eso hace que las personas se queden enganchadas en que ‘es el amor de mi vida’. Y quizás no, eran simplemente las circunstancias”, apunta. 

Replicar la experiencia y las sensaciones en la vida cotidiana es, por tanto, una misión imposible “Si uno conoce a alguien, están dos semanas juntos y se llevan bárbaro, es difícil que eso se transforme en una relación. Están en un contexto muy relajado y lejano a lo que es la vida diaria”, agrega la psicóloga.

En la gran mayoría de los casos, un amor estival no es ese “amor de toda la vida” que uno idealiza. Por el contrario, en general tienen su tiempo de caducidad o, como dice Ekroth, “no tienen conservantes”. Quizás lo que atraía del otro en vacaciones termina siendo un obstáculo o diferencia irreconciliable en la rutina. “Se dice que las risas de una noche de verano son lágrimas de invierno”, recuerda Ekroth. 

Por eso hay dos cosas que, según los psicólogos, nunca pueden faltar si se quiere disfrutar de estos amores sin morir en el intento: ser realistas y saber gestionar las expectativas. “¿Qué tiene que ver esta persona conmigo? Yo soy muy racional, muy concreta, ordenada. Esta persona es más bien bohemia. ¿Tengo algún futuro?”, son algunas de las preguntas que todos tendrían que hacerse, según Ekroth. Es, de cierta forma, una lucha con los cambios bioquímicos en el cerebro producidos por las vacaciones, el verano, la distorsión de la realidad producida por el enamoramiento, pero una pelea en busca del propio bienestar. “Cuanta más expectativa tenemos, más complicado es alejarse. Cuanto menos expectativas hay, más sana es la relación y el desenlace”, subraya el psicólogo. Si no se sabe gestionar, el adiós puede ser angustiante y hasta traumático. Sobre esto habla Álvez Guerra: “Si entrás en esa aventura sabiendo que puede que termine en dos o tres semanas, está bien, lo vas a disfrutar y te vas a dejar llevar por el presente. Ahora, si tenés la expectativa de que esa relación siga en tu ciudad, ahí es donde entra el problema, porque quizás no”.

Adolescencias y personalidades. Los amores de verano ocurren en todas las edades. Sin embargo, los adolescentes son los más propensos a embarcarse; también, los más proclives a padecer la despedida. Ekroth explica que el contraste entre la rutina de un adolescente y la libertad de las vacaciones es mucho mayor que en la vida de un adulto que, pese a la rutina, es dueño de su agenda. “De repente los jóvenes viven todo el año con rutinas impuestas, tienen que estudiar, hacer esto, lo otro, entonces están pensando que cuando llegue el verano se liberan, y ocurre un descontrol psicológico emocional. Lo veo como efecto de la represión; si ellos tuvieran más opciones durante todo el año para sentirse más libres, no ocurriría ese descontrol psicológico”.

A diferencia de la adultez, en esos amores de juventud que además coinciden con las vacaciones no hay corazas, los mecanismos de control son menos y la entrega parece absoluta. Tampoco hay una madurez que lleve a manejar de forma sana las expectativas. 

De todas formas, la edad es solo una variable. La mayor de todas, en realidad, es el tipo de personalidad. A los 15, 20 o 70 años, hay personas más enamoradizas que otras, más o menos aventureras, dependientes o independientes a nivel emocional, y todo eso jugará un rol clave. “Las personas histriónicas tienden a apegarse más con los vínculos, a sentirse superconectadas de inmediato y a veces no es una conexión tan real”, apunta Álvez Guerra. El amor de verano puede ser más difícil de gestionar para quienes tengan tendencia a ser dependientes a nivel emocional, ya que “no se resuelven tan fluidamente en el terreno de tener algo casual, les cuesta eso de pensar que es un rato y se van a divertir”, subraya la psicóloga. “Ahí no sería buena idea generar este tipo de encuentros porque después viene la angustia, la tristeza y la desilusión”, indica. 

Estar despiertos, conscientes y no creerse dentro de un sueño es el consejo que da Ekroth para vivir sanamente estos romances. Si se disfrutan como lo que son y sin expectativas, los amores de verano pueden ser experiencias muy gratificantes y de mucho aprendizaje. A eso se refiere Sottolano: “Algunas personas pueden sacar muchos aspectos positivos, como conocerse a sí mismos, valorar el disfrute, entender qué cosas le importan de la relación con el otro”. Los amores estivales también pueden ser de gran ayuda para aprender sobre el mundo del amor en general, enseñando a ser más realistas y a entrar en nuevos vínculos con una mirada más abierta.

Hay mucho que aprender de los amores de verano, incluso si se está en una relación estable o en un matrimonio de varias décadas. “En los amores de verano no se pasa del aquí y ahora. No hay pasado ni futuro; ni te conozco antes, ni te voy a conocer después. Creo firmemente que las relaciones de pareja estables deberían basarse un poco más en esto, en mirar a nuestra pareja como si fuera la primera vez que la vemos en nuestra vida, y en no cargar tanto a la relación con lo que va a pasar mañana. Entonces, las relaciones serían realmente maravillosas”, expresa Ekroth. Más allá de los momentos dulces y amargos, los amores de verano son recuerdos que, si existiera la posibilidad, nadie elegiría borrar de su memoria.  

NADA CAMBIA

Los amores de verano los vivieron nuestros abuelos y los experimentarán seguramente nuestros nietos. Y, en esencia, las sensaciones son las mismas. Hoy, sin embargo, las chances de vivir un amor de verano son aún mayores. Basta con entrar a aplicaciones como Tinder en el destino de vacaciones y elegir una de las cien posibilidades. Sin embargo, los especialistas aseguran que en estas historias el contacto humano es el rey. De hecho, una característica de los amores de verano que se mantiene intacta con el paso de las décadas es la espontaneidad. “Surgen por una situación puntual, y son experiencias que no estamos planeando”, comenta Mariana Álvez Guerra. Justamente, es el factor sorpresa el que provoca esa cuota de adrenalina. Gustavo Ekroth coincide: “He visto muchas personas que se van de vacaciones con la idea de conocer gente real, porque están cansados de conocer gente virtual que no resulta en la realidad”, indica. A la vez, agrega que las redes sí son una forma de aumentar las probabilidades de encontrar ese amor de verano, en caso de que se esté buscando. Silvana Sottolano, por su parte, agrega que mientras que la rutina promueve la búsqueda de encuentros a través de las redes, el verano es un escenario “donde todo está más dado”.

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2022-01-28T07:00:00