Columna: Nobleza obliga

Noblesse oblige

Publicado el 28.12.2022  - 5 minutos
imagen de Noblesse oblige

Por Claudia Amengual
@Email

Hace ochocientas semanas escribí mi primera columna. Quince años y medio después escribo esta que será la última, al menos de la etapa que hoy se cierra. Todo fin de ciclo supone un torbellino interior y este no será la excepción. De la abrumadora mezcla de emoción, tristeza y agradecimiento, elijo el agradecimiento. Sé que extrañaré no la rutina, sino el saludable ejercicio semanal de decidir sobre qué escribir ?el fondo? y luego intentar hacerlo de la mejor manera ?la forma? para ofrecer una pequeña pieza literaria que conjugue ideas con una cierta belleza. Alcanzar ese tono exacto que nos ha mantenido unidos por una década y media quizá sea el mayor logro de esta página que, semana a semana ?sin faltar ni una vez?, ha sido un afectuoso lazo de unión con los lectores.

A ellos agradezco el ida y vuelta fecundo de esos correos electrónicos que iluminaban mi casilla para comentar, criticar, sugerir, narrar desde sus vivencias, siempre con respeto. He leído y respondido cada uno en la certeza de que lo que sostuvo estas columnas por tanto tiempo no fue una genialidad ocasional ni mucho menos un chispazo de talento, sino ese encuentro con los lectores que todos los jueves se tomaban su tiempo para leerlas. Sé que algunos las han coleccionado en prolijos biblioratos y que otros las han aprovechado como disparador para una clase o para hablar con sus amigos. Eso me llena de satisfacción, por cuanto el espíritu que me ha alentado jamás ha sido el de dar cátedra ?no podría hacerlo?, sino el de reflexionar en el proceso de escribir y convocar al lector a hacer lo propio desde su experiencia. Me gusta pensar cada columna no como una obra acabada, sino como una herramienta. 

Cuando en 2007 Danilo Arbilla y Mónica Bottero me invitaron a escribir una columna en esta revista, valoré su confianza, el infrecuente hecho de dignificar la tarea de un escritor considerándola un trabajo y no un mero pasatiempo. Me ofrecieron lo más importante, lo más preciado, lo único innegociable: libertad para expresarme como quisiera. Y así fue. Por encima de los cambios que ha experimentado la revista, de las personas que llegaron y se fueron, esa libertad se ha mantenido impoluta, como un faro ético. Un detalle nada menor que también reconozco y agradezco.

Así me lancé a enfrentar el desafío con más intuición que conocimiento. Lo mío era escribir novelas y cuentos. Ahora se me concedía una oportunidad magnífica que me permitiría un contacto periódico con los lectores sin las máscaras que la ficción ofrece. Llegar a miles de personas cada semana me pareció una posibilidad deslumbrante. De ese modo la tomé. Pero jamás me vestí con plumas ajenas. Esa tarea no me haría periodista. Sería apenas una escritora con el alto privilegio de gozar de una voz en un medio. Tenía claro que ese privilegio significaba una responsabilidad y que debía esmerarme para merecerlo. Con los años, lejos de transformarse en un cómodo hábito, esa exigencia autoimpuesta se convirtió en una obsesión: noblesse oblige ha sido mi lema. Algún lector se sorprendería si supiera cuántas horas hay detrás de cada columna, cuánto trabajo de orfebre engarzando palabras para forjar conceptos, cuánto lleva crear la ilusión de que la página ha sido escrita con fluidez, sin esfuerzo. 

Cierro los ojos y me veo escribiendo en la muralla de Cartagena, en un jardín en Shanghái, en la cafetería de Orsay, bajo el Anteros de Piccadilly, sobrevolando el Atlántico, apunada en Cuzco o varada sin visa en un hotelito ruandés. Me veo estudiando biografías, rememorando episodios históricos, honrando a grandes hombres y mujeres y nadando feliz en el mundo donde mejor me muevo: el de la pintura y el de las letras. Me veo conmocionada por circunstancias extremas ?un atentado o una pandemia? y sensibilizada por algún hecho mínimo ?una señora que se roba una planta o un pececito de plata que serpentea en mi biblioteca?, y me veo inundada por los recuerdos de mi niñez que permanecían olvidados y la escritura hizo aparecer.

Pero la mayoría de las imágenes que vienen a mi mente son domésticas y están atadas a un sentido profesional que mucho ha tenido que ver con mi sustento. Escribía no solo porque me gustara hacerlo, sino porque era mi trabajo y debía cumplir con él. Esa disciplina profesional ?más prosaica, menos glamorosa? fue llevada adelante en paralelo con la crianza de unas hijas amadas que acompañaron el devenir de estas columnas mientras transitaban de la adolescencia a la adultez. Observar estos quince años es también verlas crecer a ellas y sentir el orgullo de que me hayan superado en todos los aspectos.

Por todo esto y ante una nostalgia que ya presiento, me apuro a enarbolar la alegría por los años compartidos y a reiterar mi más profundo agradecimiento. Ochocientas veces, nobleza obliga. Ochocientas veces, gracias. Será hasta pronto, si así tiene que ser.

La columna de Carmen Posadas Mañé
2022-12-28T14:28:00