Columna: Nobleza obliga

¿Dónde está el fuego?

Publicado el 01.01.2020  - 4 minutos
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por Claudia Amengual

"Ningún hombre sabe nada de una mujer si no la miró dormir", dice el escritor argentino Abelardo Castillo en un precioso texto titulado Buenos Aires azul. Y agrega: "Nadie puede saber si ama, si no miró a su mujer así. Cualquiera puede saber que ya no ama cuando no soporta esta contemplación". Leí el fragmento varias veces. Además de una construcción poética bellísima, la apreciación de Castillo me pareció una verdad inmensa. Todo aquel que alguna vez ha amado -y dejado de amar- sabe a qué me refiero.

La palabra contemplación, tantas veces vista o dicha, me distrajo por un momento. A toda hora veo, miro, observo, pero en raras ocasiones contemplo. Contemplar es bastante más. Es poner toda la atención -espiritual y física- en algo o en alguien, hacer foco, ocuparse, centrarse en el presente. Requiere calma y silencio.

La vida contemplativa vinculada a las religiones es una forma de aproximarse a Dios. Una cierta separación del ámbito seglar, con un grado mayor o menor de aislamiento, una búsqueda de reposo interior, una entrega a la oración y al estudio de los textos sagrados. Esta contemplación implica retiro, pero de ningún modo pasividad. Es separarse para recomponer aquello que estaba disperso. Aquellos que tienen fe ven en la contemplación una práctica piadosa, una instancia importante de crecimiento espiritual.

Ahora bien, no es necesario el vínculo religioso para buscar en la contemplación un espacio de reflexión, una pausa que nos alivie del estruendo diario y nos ofrezca la posibilidad de enfocarnos en nosotros, algo que rara vez hacemos. Conocí a un hombre que durante un tiempo se dedicó a la política con absoluta entrega hasta que una mañana, en plena campaña, no se reconoció en el espejo. Detuvo la marcha y se contempló durante un momento. Asustado, se preguntó qué estaba haciendo. Y fue entonces, en ese instante de máxima concentración que le provocó el impacto de su reflejo, que decidió interrumpir su loca carrera. Dejó la política, por supuesto, y no se arrepiente.

Notamos que pasa el tiempo cuando vemos a nuestros hijos y no podemos creer cuán altos se han puesto o que se hayan vuelto independientes y nos den consejos. Hace no tanto también nosotros éramos jóvenes o adolescentes y estábamos llenos de sueños. Y ahora los vemos a ellos, con su sabiduría un poco arrogante y su perplejidad a cuestas. ¿Cuándo sucedió? ¿En qué momento crecieron?

Y así con todo. El olor a césped recién cortado nos lleva a la casa de nuestros abuelos. El reloj vuela hacia atrás y nos vemos jugando en la calle sin miedo. O en la cama de nuestros padres una mañana de domingo. O al comienzo de las vacaciones en diciembre, cuando marzo quedaba demasiado lejos. Es una nostalgia dulce que produce el recuerdo. Su evocación nos hace sonreír y acaso idealizar. No sé si eran tiempos mejores los tiempos aquellos. Se fueron rapidísimo mientras estábamos ocupados sobreviviendo.

Cada tanto, paramos la marcha y miramos atrás. O deberíamos. Es un buen ejercicio esa contemplación serena que nos enfrenta a lo que somos y quizá, solo quizá, nos permite modificar el rumbo. Es preciso detenerse, aunque la responsabilidad, la culpa o esa confusión vital en la que nos ha sumido el consumismo vuelvan tan difícil hacerlo.

Hoy parece que falta mucho para el próximo diciembre, pero ¿qué es mucho o poco en estos días? La percepción del tiempo ha cambiado y lo que antes se hacía eterno, ahora se alcanza en un pestañeo. Nos hemos cargado de actividades al punto tal que no terminamos de cerrar un ciclo cuando otro comienza. No siempre son ciclos deseados, sino impuestos desde fuera. Tenemos la vida fragmentada por los plazos de las tarjetas de crédito y las cuentas que se vencen. Llegamos al final del mes pagando. Y pagando iniciamos el mes siguiente. La frase más repetida parece ser "no me da el tiempo". Y quien nos ve trajinar como locos de la mañana a la noche, cumpliendo con lo urgente y relegando lo importante, podría preguntarse: ¿qué le pasa a esta persona? ¿Por qué corre? ¿Dónde está el fuego?

Abelardo Castillo continúa así su texto: "Contemplación es una palabra sagrada. Cualquiera mira, ve u observa, pero no a cualquiera le está dado alcanzar la contemplación de algo". Este es mi deseo para el año que comienza. Que nos demos un momento para la contemplación. El mundo seguirá a su ritmo mientras tanto. No somos imprescindibles. Nada va a pasar si nos detenemos, miramos hacia dentro, acomodamos el rumbo y ponemos primera.

La columna de Carmen Posadas Mañé
2020-01-01T06:10:00