Carta de la editora

Las miradas de los otros y de las otras

Publicado el 16.11.2022  - 5 minutos
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Por Carolina Villamonte

La vestimenta de la mujer parece ser un tema de estudio sociológico. Es más que la simple elección de prendas, o temas relacionados con tendencias de la moda. Su atuendo es un vehículo por el que parecen decirse muchas cosas, muchas más de las que la propia portadora de esas prendas quiere o pretende. De hecho, son los demás los que le cargan significados a su forma de vestir. Es por esto, entonces, que ella no es libre de usar lo que quiere, porque es consciente de que lo que se ponga sobre su cuerpo va a estar diciendo cosas, y el problema está en qué cosas son las que quiere o no quiere comunicar. Esto no debería ser así.

Ahora que empieza el Mundial de fútbol, miramos hacia Catar con cierta indignación por las normas que allí rigen en cuanto a la vestimenta femenina. Entre las varias restricciones que las mujeres sufren en ese país islámico, tienen prohibido mostrar la piel más allá de los codos y las rodillas. Esto choca con la cultura occidental y es tema de artículos periodísticos como el que incluimos en este número, escrito por Milene Breito, sobre a qué se enfrentan las mujeres que viajan a Catar y cómo se preparan para acatar otras reglas de juego.

Sin embargo, a pesar de que occidente puede manejar normas más flexibles, menos restrictivas sobre hasta dónde la mujer muestra su cuerpo, de igual forma maneja ciertas leyes sobre el vestir de la mujer. Tal vez esta cultura no sea tanto más libre y menos opresora como se cree.

Si vamos a la esencia de las reglas del vestir femenino, todas las consideraciones al respecto pasarían por evitar connotaciones sexuales. Si deja ver la piel, qué partes de su cuerpo quedan al descubierto, si se marca su silueta, si se nota la ropa interior. Esto puede ir variando hasta alcanzar los extremos según la cultura y la religión que se profese. Y básicamente la razón de estas normas se apoya en que la visión o insinuación del cuerpo de la mujer no despierte en los hombres el deseo sexual. Visto así, parecería que las mujeres tenemos un poder que debemos usar con responsabilidad porque los hombres no pueden/saben controlar sus impulsos.

Pero en la cultura occidental también existe otro fundamento donde se apoya el decálogo del buen vestir femenino, y que es un poco contradictorio con el anterior. Tiene que ver con utilizar la ropa para resaltar solo la figura hegemónica, esa que indica que la mujer debe ser delgada, no tener panza ni mucha cola ni mucho busto, pero sí lo suficiente... y un montón de otras reglas que van indicando desde niña a la mujer qué puede y qué no puede usar según la silueta que le fue dada en suerte por la naturaleza al momento de su nacimiento.

Y así vamos por la vida tratando de vestirnos de acuerdo a lo que nos enseñaron, sin mostrar mucho pero sí un poco, no pudiendo usar pollera si tenemos piernas gordas o eligiendo ese corte de vestido que nos “favorece” y eliminando de nuestro ropero esas prendas que una vez nos dijeron que no nos quedan bien. Pero llegaron aquellas que se animaron a romper con esos moldes.

Cuando una actriz y cantante argentina de 36 años subió al escenario a cantar vistiendo un pantalón brilloso, holgado, pero que marcaba que su cuerpo no era perfecto según los cánones de belleza tradicionales, llamó la atención. Las artistas siempre han tratado de romper la línea de lo verosímil matándose con dietas y tratamientos de belleza para intentar ser más una estrella inalcanzable que una humana más, pero el físico de esta mujer era el mismo que el de cualquier otra mujer del público. Siguiendo con su outfit —que mostraba un look acorde al escenario pero relajado, despeinado—, otro detalle no menor era que llevaba una musculosa corta y no usaba soutien. Esto la hacía dueña de un aura aún más descontracturada que le sentaba muy bien.

La libertad y naturalidad con la que la cantante se mostraba frente a su público en cuanto a su imagen y su forma de vestir fue como una bocanada de aire fresco para las mujeres que allí la estaban mirando. Era la encarnación de la felicidad de ser sin ajustarse a lo que otros/otras imponen con su (generalmente estúpida) opinión. Hasta no hace mucho, salir a la calle sin soutien resultaba ser una espantosa provocación hacia los hombres, que exaltaba todo tipo de pensamientos sexuales y que hacía olvidar que solo era un cuerpo de mujer, nada más.

Afortunadamente, la fuerza que ha tenido el movimiento feminista en lo últimos tiempos en todo el mundo ha logrado flexibilizar muchas normas de belleza y de “moral” que hasta hace un par de décadas eran inamovibles para las mujeres que hoy están en sus 40, 50 y más, aunque generaciones más jóvenes un tanto más conservadoras siguen manteniendo.

Toda mujer debería tener la libertad de vestirse como quiere, sin pensar en si puede o no debido a la forma de su cuerpo o si va a provocar a un hombre mostrando el tobillo, el hombro o la forma de sus pechos. Es un alivio saber que esas reglas están cayendo en desuso, que sin importar el físico, ya sea que su talle indique S o XL, la mujer pueda elegir la prenda que la haga sentir bien, cómoda y feliz sin pensar en las miradas de los otros y, especialmente, de las otras, que, a otra escala, también censuran.

Tal vez haya llegado la hora de dejar de adjudicar significados negativos a la ropa de la mujer.

Edición 1134
2022-11-16T10:50:00