Carta de la editora

El precio de la creatividad

Publicado el 07.06.2023  - 4 minutos
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Por Carolina Villamonte Dewaele

En la miniserie Playlist de Netflix se relata, en una adaptación ficticia, el nacimiento en Estocolmo de Spotify, la plataforma de reproducción de música vía streaming más grande del mundo. Además de ser una historia fascinante sobre los comienzos de un emprendedor que se obsesiona con una idea y lucha aferrado a sus principios de que la música debe ser de acceso gratis a todo el mundo, en varios momentos de la miniserie el nudo central de la trama refiere a la eterna discusión sobre los derechos de autor. 

Pasa el tiempo, pasan las generaciones, aparecen nuevos soportes, sofisticadas tecnologías y, sin embargo, este debate nunca se termina de zanjar. El tema radica en que, en general, resulta difícil ver a la creación de los artistas como un trabajo. Todos quieren disfrutar de sus obras pero muchos no quieren pagar por ese disfrute. Pero, como ya lo expresa el lema de la Asociación General de Autores del Uruguay, “derecho de autor, salario del creador”. 

A pesar de que este asunto siempre ha despertado conflictos, hasta antes del surgimiento de Internet las cosas estaban un poco más claras: los discos y los casetes se compraban, la radio y la televisión pagaban  derechos de autor por la reproducción de la música, las películas se veían en el cine o se alquilaban en los videoclubes y los diarios se compraban en el kiosco. Aunque muchos productos artísticos siguen siendo físicos, como los libros o las obras de arte, al pasar al formato digital pierden el control y son muy fáciles de caer en la piratería, al igual que las películas. 

La revolución digital es un avance maravilloso en casi todos los sentidos pero, como ocurre habitualmente, tiene sus claroscuros y allí es donde la discusión sobre los derechos de autor vuelve a surgir. En la serie de Netflix, en la que nunca queda del todo claro hasta dónde es ficción y hasta dónde es la historia real, la gran batalla se da con la industria discográfica; en un momento se da por sobreentendido que los sellos son los que les deben pagar a sus artistas; sin embargo, un profundo defecto del nuevo sistema queda al descubierto cuando los empresarios se vuelven millonarios con el trabajo de músicos, que no llegan a pagar el alquiler.

Más allá de que sea una historia de ficción y de que en la realidad las plataformas pagan derecho de autor —poco pero pagan—, sabemos que la lucha de los artistas por hacer valer su obra es constante, en todos los países y en todos los niveles.

Tomando en cuenta ciertas diferencias, en la revista continuamente estamos abogando por la propiedad intelectual de los fotógrafos. La fotografía es un arte, y como tal la tratamos. Dado que hoy todos sacan fotos con los celulares, parece que una foto es una tontería y es común recibir comentarios de personas que pretenden hacerse con el trabajo de un fotógrafo profesional sin pagar por ello. En la mayoría de los casos llama la atención con la naturalidad y despreocupación con que hacen la solicitud, sin reparar realmente en lo que se está pidiendo. Probablemente, muchas veces esto se dé a partir de un desconocimiento o una falta de concientización sobre el valor del trabajo de la persona detrás de esa obra. Es entonces labor de todos empezar a comprender que siempre el resultado del esfuerzo de una persona que se dedica a determinado tipo de arte como medio de vida tiene un precio. 

Está claro que esta disyuntiva se da en los trabajos que alcanzan exposición masiva en rubros que tienen que ver con el entretenimiento, el tiempo libre y el ocio; pues la cultura y la información se consumen dentro de esta categoría en la vida de las personas. Porque en el ámbito privado, a nadie se le ocurriría pedirle a un electricista o carpintero que le hiciera un trabajo por el cual no piensa pagarle.

Cuando todo pasó a ser digital las personas creyeron en la utopía de que ante ellas se abría el acceso universal y gratuito. Pero no, fue solo un cambio de formato, más cómodo, más amplio, más completo, de mayor calidad, interconectado y con un sinfín de ventajas más. Pero eso no modifica la realidad de que todo sale de las cabezas pensantes y creativas de humanos que siempre deberán seguir pagando sus cuentas. Además, si se quiere obtener ese producto es porque se reconoce el talento que hay en él, la inteligencia, la creatividad, la belleza, y todo lo que eso genera en uno. Y eso tiene un valor. Siempre.

Archivo Editorial
2023-06-07T11:14:00

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